lunes, 16 de agosto de 2010

Cluedo (6º parte)

Después de las vacaciones fuera, vuelvo con el relato, que cada vez parece alargarse más en mi cabeza antes que lo contrario. No sé como saldrá al final, pero bueno, lo que me estoy riendo no me lo quita nadie, ¡y cuento con mi editora para que me frene si me vuelvo loco! (¡Ya hablaremos de tu sueldo, señorita!... :) xDDDD)




6. El interrogatorio


- Uno, dos, tres, cuatro...


Una niña de unos doce años con traje de baño cantaba sentada en el extremo de un viejo muelle mientras se tostaba bajo el sol de agosto. Sonreía y movia incesantemente las piernas, jugueteando con el agua y con su reflejo. Estaba tan sumida en su labor que no percibió en ningún momento al chico que venía de puntillas por detrás.

-...cinco, seis, siete, ocho...

Cuando el chico estuvo lo suficientemente cerca, levantó los brazos y empujó a la joven al agua. Cuando la niña volvió a la superficie oyó la risa triunfante de su atacante. Estaba de hecho tan orgulloso de su hazaña que no se dio cuenta de que alguien se aproximaba al muelle. Segundos después, el chico era empujado a su vez al agua. La chica aprovechó el momento para darle un escarmiento a base de ahogadillas, entre risas. El tercer chico, bastante más alto que el otro, se tiró de cabeza al lago. El primer chico, algo enfadado, refunfuñaba mientras se acercaba a la orilla.

- ¿Adónde vas llorica? - reía con sorna el chico alto.

- A por alguna piedra, a ver si te alcanzo - le respondió riendo también.

- ¡Eh! ¿Visteis al chico nuevo del colegio? ¿Parece un poco rarito, no? - preguntó la chica.

- ¿Y por qué dices eso, Lucy? - preguntó el chico alto con incertidumbre

- No sé. Porque siempre está muy callado. Y siempre llevaba con él a todas partes esa libreta. ¿Cómo se llamaba? - Lucy se dirigía al otro chico, que había salido del agua y se había sentado en el mismo lugar dónde antes estaba ella. Este la miró cruzándose de brazos.

- Ni idea. Creo que es judío. A lo mejor por eso es tan raro...

- ¿Qué tiene que ver? - preguntó el alto con curiosidad

- Pues que no es de aquí, porras. Se sentirá cómo un pez fuera del agua o algo así - respondió el joven sentado mientras ponía cara de besugo. Lucy sonrió y el chico más alto parecía seguir sin entenderlo.

- ¿Sigues sin hablarte con Mara? - le preguntó Lucy al chico sentado después de haber nadado un rato.

- Es una tonta. Siempre se enfada por todo. - le contestó mientras se acostaba en el muelle.

- ¡Ja, ja, ja! Mira quien lo dice. - el chico alto salió también y se sentó al lado del otro. Lucy los miraba divertida mientras seguía nadando.

- ¿Qué dices chalado? Yo no me enfado tanto.

- No que va...

- A Alex le gusta Mara, a Alex le gusta Mara... - Lucy empezó a cantar con mirada socarrona. El chico alto se unió a ella tarareando.

Alexander se levantó, rojo como un tomate y les dio la espalda. En ese momento oyó a su madre que los llamaba para ir a comer. Se paró en seco, se dio la vuelta y exhibió su mejor sonrisa.

- El último que llegue se queda sin postre. - salió a correr antes de terminar la frase y el otro chico se levantaba a su vez para seguirle mientras le maldecía.

- ¡Eh! ¡Esperadme! ¡Lewis, Alex! - gritaba Lucynella mientras asimilaba que se había quedado sin postre.


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Pereiro le contaba de forma resumida a Bifouf todo lo ocurrido mientras Xabier, apoyado en la mesa de billar, fumaba y escuchaba detenidamente. Pepelieu paseaba por la habitación con curiosidad, observando los cuadros y la decoración. Tras terminar el relato, Bifouf resopló y fue a prepararse una copa. Xabier veía a Pepelieu interesado en el cuadro más grande de la sala, que mostraba a un grupo de hombres jugando al póquer.

- Mi hermano siempre decía que el cuadro tenía truco. Siempre le gustaron los misterios y los acertijos ocultos. Este cuadro es solo uno de los ejemplos que podréis encontrar por la mansión.

Bifouf se acercó al cuadro y lanzó una risotada. - No es muy complicado. Es evidente que la ronda va a ganarla el del sombrero de copa.

Xabier frunció el ceño sorprendido momentáneamente por la afirmación de Bifouf. Pereiro sonrió con cierto aire melancólico recordando antiguas anécdotas de un estilo parecido vividas con Mannel, y en especial una en la que el propio Alexander estuvo implicado. Bifouf y Ruibobille se enzarzaron en aquella ocasión en una divertida partida de deducciones e inducciones, saliendo Alexander victorioso por sorpresa de todos.

- ¿Y cómo lo sabes? - preguntó Xabier intrigado. Fue Pereiro quien le respondió.

- El caballero del sombrero es el único que está mirando a la mesa directamente en vez de a sus cartas, dejando clara su seguridad. Aparte juguetea con sus fichas, lo que demuestra su impaciencia por seguir apostando.

Xabier miró detenidamente el cuadro y lanzó un ligero bufido. - Es tan solo un cuadro, de todos modos...La vida real nunca se plantea de forma tan sencilla.

Rufus entró en la sala de billar, acompañado de la baronesa Lecumlora y del profesor Kant. Pereiro les saludó cordialmente y les pidió que tomaran asiento. Luego se sentó en una butaca enfrente de las que les había indicado y junto a él Pepelieu. Bifouf se acomodó en una esquina en calidad de observador. Lucynella se acercó a Xabier y lo abrazó. Kant le dio la mano y el pésame. Después, Ruibobille se acercó al bar para servirse una copa de ron.

- Bien. Baronesa Lecumlora, me gustaría comenzar esta sesión con usted. Son muchas las dudas que albergo con respecto a este caso y toda la ayuda que tanto vos como cualquier otro de los invitados pueda facilitarme me permitirá esclarecer cuanto antes los hechos.

- No debería andarse con rodeos, Joao. Hace bastante que dejamos de ser considerados unos meros invitados... - respondió Lucynella con frialdad.

- Si, bueno. No pretendo acusar a nadie en concreto de todas maneras. Aún no al menos. Entiendo que Alexander apreciaba a cada uno de ustedes y por lo que sabemos no albergaba en un comienzo la sospecha de que ninguno quisiera asesinarle.

- ¿Sospecha de mí, pues? Bien, pregunte lo que quiera, no tengo nada que esconder.

- ¿Cómo definiria su relación con Ruibobille?

- Alexander y yo hemos sido muy buenos amigos. Nos conocemos...nos conocíamos desde pequeños, y aunque nuestros caminos se han separado durante mucho tiempo siempre hemos vuelto a reencontrarnos...En fin, yo he viajado mucho, a veces sola, a veces con alguno de mis anteriores maridos.

- Ajá. ¿Cuántas veces ha estado casada?

- Tres veces...Acabo de divorciarme del último...

Pereiro se acercó a Pepelieu y comenzó a susurrarle. "Apunta, posible caso de viuda negra..."

- Veo entonces que es una dama de vida agitada. Supongo en ese caso que apenas tendrá idea de que Alexander sufría amenazas...

Lecumlora miró a su alrededor y solo encontró un ligero cambio en Kant. El resto parecía al tanto de aquello.

- ¿Amenazas? ¿De quién?

- Suponemos que de su asesino. Le ha estado escribiendo varias cartas. Desconocemos el motivo.

Lucynella cerró los ojos y suspiró levemente. Apretó el puño y dejó escapar en voz baja algunas palabras.

- No puedo creer que al final llegara tan lejos...

- ¿A qué te refieres? - Pereiro se inclinó hacia delante. Todos los presentes parecían ahora más interesados en las palabras de Lucynella.

- No es que esté muy segura, pero...digamos que tengo entendido que Alexander, bueno...se metió en algunos asuntos en los que no debía...

- ¿Qué clase de asuntos?

- Hizo una inversión arriesgada...Nos lo contó a Lewis y a mí, solía contárnoslo todo en realidad.

Xabier se removió ante el comentario de Lucynella. ¿Inversión arriesgada? ¿Que se lo contaba todo a ellos?

- ¿Asi que Janson también lo sabe? - Pereiro volvió a acercarse a Pepelieu y le indicó que agregara a la lista de sospechosos importantes a Lewis Janson.

- Lewis y yo somos...éramos sus amistades más antiguas, Joao. Ninguno tenía secretos para los otros dos.

- Me cuesta creer eso al hablar de Ruibobille. Siempre ha sido muy reservado con todo el mundo.

- Si, si, no lo niego...Pero era humano, y necesitaba desahogarse. Estaba sometido a mucha presión como primogénito de los Ruibobille y continuamente tenía que demostrar sus actitudes frente a su padre...

- Supongo entonces que también hablaría con vosotros de temas más personales...

- ¿A que se refiere, Pereiro?

- Ya sabe a que me refiero, a su vida sentimental.

- ¿Y es estríctamente necesario hablar de eso ahora?

- A menos que tengas algo que esconder, si. Necesitamos saber todo lo posible, un único dato podría ser esencial para la investigación. - Lecumlora comenzó a mostrar señales de estar cabreándose. Bifouf se acomodó en su asiento, con expresión seria.

- No. Ya te he dicho que no tengo nada que esconder. - el tono de Lucynella sonaba más a amenaza que a certeza.

- Mi hermano está muerto, Lucy...Lo escondía todo, no le contaba nada a mi madre, ni a mi padre, y siempre he creído que todas sus ideas, lo que pensaba y lo que escondía se lo llevaría a la tumba...Por favor, si no nos lo cuentas tú, nunca sabremos en qué demonios pensaba el maldito Alexander Ruibobille. - Xabier se había acercado mucho y hablaba con rabia, pero no era rabia hacía Lucynella, sino hacia un hermano que la había preferido a ella cómo confidente antes que a su propia familia.

Lecumlora lo miró con tristeza y su orgullo se desmoronó. Permaneció callada unos instantes antes de volver a hablar. Kant le hizo una seña a Pereiro para que le devolviera su libreta un momento.

- De acuerdo...No quiero traicionar la confianza de Alexander...pero Xabier tiene razón. Tanto él como nosotros fuimos egoístas al no contar nada..a quien tendría que haberlo sabido...Nunca paramos de decirle que tenía que contar con su familia y hablar con ellos, que podían ayudarle tanto o más que nosotros...Pero no nos escuchaba...Llegó un momento en el que dejó de escuchar...Y ya no volvió a ser el mismo. Todos tendríais que saber a qué me refiero. No volvió a ser el mismo desde entonces.

Pereiro reflexionó durante un momento y creyó saber a qué se refería Lecumlora. Cuatro años atrás, recordó una tarde que fue a visitar a Ruibobille y su actitud le pareció de lo más extraña. Lo encontró ausente, apagado, sin vida, sin energía. Algo le había ocurrido, algo gordo...Pero nunca supo el qué...A partir de ese día, el Alexander Ruibobille que resolvía acertijos y se interesaba por cualquier tema desapareció, siendo sustituido por un hombre gris que sobresalía poco y apenas llamaba la atención. Seguía dando fiestas y seguía reuniéndose con sus amistades, pero nunca de la misma forma que antes, y más por compromiso que por placer. El silencio se mantuvo a la espera de que Lucynella volviera a hablar.

- Alexander ha pasado casi toda su vida enamorado de la misma chica...Es posible que tu la conocieras, Xabier. Se llamaba Mara Cornuelles...

- ¿Mara? Tiene que ser una broma...¡Si no se soportaban! - Xabier no daba crédito a lo que oia. Y cada vez se sentía más imbecil ante la ignorancia que había soportado tantos años.

- ¿Alguien podría ponerme al corriente? - preguntó Pereiro.

- Mara Cornuelles creció junto a nosotros aquí. Era hija de Arthur Cornuelles, si, el de los vinos. Ella pasó la mayor parte de su vida enferma, y debido a ello su familia solía sobreprotegerla demasiado, impidiendo que hiciera vida normal. Tenía un carácter bastante fuerte y a pesar de sus dificultades no se rendía con facilidad. Comenzó a salir con Alexander a partir de los dieciseis años, si no me equivoco. - Las palabras fluyeron de la boca de Anthony Kant mientras apuntaba algo en su libreta. Lucynella lo miró totalmente perdida.

- ¿Y Kant también sabía todo eso? - preguntó Xabier, casi riendo.

- Yo no...No sabía que estabas al tanto, Kant... - respondió Lecumlora.

- No olvides que también crecí aquí, Lucynella...Soy discreto, y digamos que me enteré por suerte de una casualidad. Por supuesto le prometí a la pareja no contar nada de lo suyo. El padre de Mara los habría matado.

- Eso no lo dudo. Cornuelles siempre mostraba sus colmillos a todo el que miraba a su hija, y solían ser bastantes los pretendientes. Una pena lo que le ocurrió, y ahora que me decís que mi hermano...

- ¿Qué le ocurrió? ¿Murió? - Pereiro se levantó y encendió su pipa.

- Si...Ella...Era víctima de cierta enfermedad hereditaria, un defecto genético... Nunca lo entendí realmente...Pero Alexander se obsesionó con curarla...Hasta que ya no pudo...- respondió Lucynella.

- ¿Quieres decir que estuvieron juntos hasta el final? - preguntó Xabier, aunque creía saber la respuesta.

- Así es...Y cuando murió, Alexander cambió. Lo que quería decir con lo de la inversión, tenía que ver con aquello. Creía que era su deber, y con todo su dinero, no tenía excusa...

- ¡Vaya! ¡Si resulta que también he descubierto porqué dejó de hablarse con nuestro padre!Esa inversión...- Xabier andaba de un lado para otro, inquieto y nervioso.

- Xabier...entiéndelo. Para él nada fue fácil...- le dijo Lecumlora intentando calmarlo.

- ¿Y qué iba a saber yo? Me estás diciendo que a partir de la muerte de Mara empezó a buscar una manera de evitar lo que fuera que le ocurrió de cara a otros, ¿no?. Si es que lo sabía...Se le fue la pinza e intentó calmar su desesperación salvando a otros...Por eso me daba tantas charlas.

- Aquello no salió bien. Empezó a reunirse con algunos científicos, expertos en el tema...Y se le fue de las manos.

- Siento interrumpir, pero debo disculparme un momento. - dijo Kant súbitamente. Tras la aprobación de Pereiro, que seguía interesado en la conversación, salió de la habitación. Dejó su libreta encima de la mesa del café.

Rufus también aprovechó para marcharse, parecía sentir que estaba enterándose de cosas fuera de su incumbencia. Mientras perdía de vista a Kant, que se dirigia en la dirección contraria al salón, reparó en que parecía llevar un trozo de papel en la mano. Se metió la mano en el bolsillo y tanteó el manojo de llaves, seguro de que toda la mansión seguía aislada. Luego tomó rumbo a su cuarto. Se encontró a De la Rouge en la puerta, solo, fumando. No parecía tener muy buena cara.

- Ah, Rufus. Supongo que no te importará que fume. Acabo...de enterarme de...

- Lo entiendo, señor De la Rouge...

- ¿Podrías adelantarme lo que está ocurriendo? Noelesía ya me ha contado que Pereiro anda por aqui.

Rufus le contó a De la Rouge lo que había pasado en su ausencia y lo que la baronesa Lecumlora había contado en la sala de billar.

- ¿Y me dices que Kant salió de allí de repente con un papel en la mano? ¿Y si iba a librarse de una prueba?

- ¡Recorcholis! - De la Rouge y Rufus salieron pitando en busca de Kant.



En la sala de billar, el grupo seguía hablando de las inversiones de Ruibobille. Lucynella no sabía realmente demasiado de todo aquello, quitando lo que el propio Alexander le contó, que no era demasiado.

- Tiene sentido. El libro que encontré en el despacho de Alexander y la nota...Sin duda el asesino tiene que ver con todo esto. Le recriminó por algo, algo que Alexander hizo o permitió...Fuera lo que fuera aquello en lo que se metió, tiene que haber algo en su despacho que lo... - Pereiro se detuvo de repente en mitad de su paseo. - ¡Por todos los dioses del Olimpo! ¡Los números!

Con su grito consiguió que todos se sobresaltaran. Sacó rapidamente algo de su bolsillo y se lo pasó a Bifouf.

- Esta debe ser la combinación de la caja fuerte.

- ¿Dónde?... - acertó a preguntar Xabier.

- En el cuarto de Rufus. La princesa Noelesía me dijo que estaba dentro de un cajón.

- ¿Rufus? ¿Y que hacía ese código alli? - dijo Xabier.

- Aún más importante. ¿Tenemos pruebas de que Noelesia realmente sacó ese papel de allí? - dijo Bifouf mostrando ser el único que mantenía cierta calma.

- Solo hay una forma de averiguarlo, sin duda. Y parecía que Rufus tenía prisa cuando se fue... - anunció Pereiro sacando su revolver. Lucynella se llevó las manos a la boca y Pepelieu esbozó una amplia sonrisa.

- ¡Por fin algo de acción! - gritaba mientras sacaba una escopeta de su equipaje.

- Ejem...creo que tampoco hay que exagerar, Pepelieu... - dijo Pereiro señalándole que bajara el arma. Pepelieu se mostró abatido.

Pereiro miró a Xabier y a Bifouf y le pidió a la baronesa que volviera al salón con toda la discreción posible.

- Aún no necesitamos un pánico generalizado, puesto que no tenemos nada en claro. Siga allí y mantenga la calma, y...gracias por su colaboración. - Pereiro y los otros dos hombres salieron de la sala de billar. Lecumlora se apoyó en la mesa de billar, con la vista fijada en el suelo.

- ¿Por qué no pudiste dejarla ir, Alexander...?



En el salón, Daniels espiaba a todos los presentes desde el sillón en el que antes estaba Kant. Reparó de repente en que Spinello y Mclovin abandonaban la sala con prisa. Una mirada a Garcis y a Lewis bastó para que decidieran seguir a los hombres. Les perdieron el rastro tras un rato, lo que hizo entender que avanzaron corriendo. Garcis se fijó en una puerta que estaba entreabierta y decidió echar un vistazo.

- No recuerdo esta habitación. - dijo con curiosidad.

- Es la biblioteca. Solo Ruibobille tenía la llave. - respondió Lewis.

- ¿Y entonces que hace abierta? - preguntó Daniels.

Los tres hombres se miraron, alertados. Abrieron la puerta de la biblioteca con cautela y al notar que no había nadie entraron. El lugar parecía mucho más amplio que el resto de las habitaciones de la mansión. Varias columnas y estanterias decoraban las paredes, repletas de libros. Algunos incluso se amontonaban en el suelo y en las mesas. Algunos pergaminos y documentos desordenados ocupaban la mesa central, cercana a la chimenea.

- ¿Es que todas las habitaciones tienen su propia chimenea? - soltó Garcis irritado.

- ¡Yo lo maté!

El ruido hizo que Garcis soltara un grito descontrolado y Daniels y Lewis miraran a todas partes. Daniels se fijó de repente en que Lewis había sacado un revolver. Pronto notaron cual había sido el foco de lo que oyeron.

- ¡Yo lo maté! ¡Yo lo maté! - repetía el loro desde su jaula.

- ¡Maldito demonio emplumado! Que susto me ha dado...- dijo Garcis recuperando la compostura.

- ¿Que hace este bicharraco aqui? No sabía que Ruibobille tuviera un loro. - dijo Lewis acercándose al pájaro.

- Yo tampoco sabía que tu llevaras un arma encima, Lewis... - respondió Daniels mirando seriamente a Janson.

- Es...por seguridad, Daniels. - Janson sonrió y dejó el revolver en la mesa llena de papeles.

Garcis se acercó a la chimenea y se dio cuenta de que había un papel quemado, y parecía haber sido arrojado recientemente.

- Ruibobille ha estado obsesionado ultimamente con algo. Todos estos papeles...
¿Eugenesia? ¿Qué es eso, Daniels?

- ¿Por qué das por sentado que yo lo sé?

- ¿Lo sabes o no?

- Creo que es reciente. Una serie de investigaciones sobre los rasgos hereditarios, no estoy seguro...

- Estás como ausente, llevas así toda la noche. ¿Se puede saber que te ocurre?

- ¿Te parece suficiente razón la muerte de uno de nuestros mejores amigos, Janson?

- Yo lo conocia antes, y bastante mejor que tú, doctor.

- Pues no parece que te haya importado mucho su muerte, la verdad...

- ¡Claro que me importa! Es solo que...

- Por dios, dejad de discutir. Creo que hay algo en la chimenea. - les cortó Garcis intentando coger el papel con las pinzas.

Mientras Garcis lidiaba cn las brasas, De la Rouge y Rufus entraban corriendo en la biblioteca. Le preguntaron a los hombres si habían visto a Kant y ante la negativa se dieron cuenta de lo que intentaba Garcis. Aún así, no había mucho que salvar. De la Rouge explicó sus sospechas a los tres hombres.

- Sea lo que fuera, ya no tiene remedio. Kant no puede escapar de todos modos.- dijo Daniels ante el abatimiento de los recién llegados.

- Bien, deberiamos dividirnos para buscarlo. - decía De la Rouge mientras intentaba recuperar el aliento.

- ¿Y Noelesia, Paul? - preguntó Daniels.

- Sigue en el cuarto de Rufus, creo. O se habrá ido al salón. ¿Por qué?

- Porque estando encerrados en una mansión con un asesino, no deberías dejarla sola, creo yo. Ve a por ella. Rufus y Garcis podrían buscar a Kant. Yo quisiera quedarme a investigar los papeles de Alexander. Quizás encontremos algo. ¿Te quedas Lewis?

- Si, si. Puede que encontremos alguna prueba contra Kant...aunque me cuesta creer que él precisamente...

- De acuerdo, de acuerdo. Pues lo haremos así. Puff, quien me mandaría beber hoy... - resopló De la Rouge poníendose en marcha.

- Avisadnos con lo que sea. - dijo Garcis saliendo a su vez de la sala.

- Oye Rufus, ¿y el loro? - preguntó Lewis.

- Fue un regalo...de la señorita Cornuelles al señor, ya hace bastante tiempo...- respondió con seriedad. Al oir el apellido de Mara, Janson se quedó de piedra. Lo comprendió de repente y le asintió a Rufus. Por la cara del mayordomo intuyó que estaba al tanto.

- ¿Qué me he perdido? - preguntó Daniels mientras observaba como el mayordomo cerraba la puerta detrás suya.

- No es nada, no es nada. Bueno, pongámonos a ello, doctor.

Lewis se quitó la chaqueta y comenzó a ojear la mesa de la biblioteca. Las llamas de los candelabros creaban monstruosas sombras a los pies de los dos invitados. Daniels se fijo en que uno de ellos había caido al suelo y estaba sujeto por una cuerda. Luego se acercó a la mesa, tenso, y sin apartar la vista del revolver de Janson, en la otra punta. Y en mitad del silencio, de vez en cuando se oía al loro de Ruibobille, que repetía lo mismo una y otra vez.

- ¡Yo lo maté! ¡Yo lo maté!

3 comentarios:

  1. Awesome!!!!!

    Sigo flipando con el relato querido Ruibobille. Acabo de volver del fin de semana alargado y es lo primero que he hecho (después de desayunar) xDDD

    Yo lo maté...joder con el lorito!!

    Y quien coño es Mara?? AHHHHRGG

    KAnt??? AHRHHRGRGHRGH

    QUé coño pasa!!!!!

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  2. Me dejas muy intrigada Aleeeeee!!!!!!!=) y no se supone que el loro de tu tio, en el k seguro que te has basado, no habla? y who is Mara?enh?enh? que intriga, sigueeee!!!!!!!!!!!!=)

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