domingo, 5 de septiembre de 2010

Cluedo (Parte final)

Bueno...parece que al final lo he terminado y todo. Y es quizá la primera vez que comienzo a escribir una historia y la acabo. Comenzó como una gracia y al final se ha convertido en un experimento divertido y absorbente, muy recomendable para todo aficionado a la escritura. Agradezco a todos los que me han leido su interés y su apoyo, y ya sabeís...ahora toca grabar...(xD) Los personajes evolucionaron, lo creais o no, en mi mente a medida que iba escribiendo, y al final los convertí en personas diferentes a sus semejantes en la realidad...Por algo de hecho he introducido nombres inventados, para abstraer un poco la historia y poder moldearla como a mi me gustara sin que a nadie le incomodara el resultado. Si os veis un poco "ofendidos" (sobre todo en los casos de Jaso y Toni xDDD), ya os digo que no voy a tocar lo personal, todo ha sido imparcial, si bien os he tomado como clara referencia en muchos aspectos, para que os pusiérais cara mientras leíais y para daros un poquito de caña con pequeñas cosas (No os quejeis de caña, que empecé conmigo mismo al matarme al principio xD)

He terminado de la forma que tenía pensada desde un comienzo, si alguien ofrece alguna reclamación o duda sobre el final, ya pensaré si pasar de ello o debatirlo. Aunque conociéndome, al final me quedaré calladito :). Un saludo a todos, y si alguien no ha leido, ¡que lea!

Un saludo especial a Juan Pereiro,Aida y a mi hermano, todos rellenaron mi joven vanidad para seguir escribiendo y dejar mi imaginación a su bola. Los primeros con sus comentarios, el segundo con su pesadez para que me dara prisa con las entregas.










8. El Asesino


El reputado cazador Lockslo T. Mclovin comenzaba a ver doble mientras avanzaba por los pasillos de la casa. "Tengo que beber menos", se repetía dando tumbos y agarrándose a las paredes. Se paró un momento junto a la biblioteca, intentando centrar la visión. Tras unos segundos creyó oír unas voces dentro. La puerta estaba entreabierta. Se asomó intentando emplear todo el sigilo del que disponía y pronto reconoció las voces de Anthony Kant y Alexander Ruibobille.

- ¿Y encima lo tienes apuntado en tu dichosa libreta? - decía Ruibobille con tono de estar sorprendido.

- No tengo problemas con eso, Alexander. - sonaba la siempre tranquila voz de Kant.

- Allá tú. Yo me guardaría de revelar mis secretos en trozos de papel que llevo a todos lados...

- Bueno, supongo que en eso nos diferenciamos bastante. Tú tienes siempre miedo de revelar tus inquietudes y de demostrar lo que sientes, actúas a las espaldas de todos. Lo único que vas a conseguir es morir sólo...

- Vaya, gracias por tu interés, apúntalo en tu libreta, no vayas a olvidarlo. - respondió con brusco sarcasmo.

- ¿Puedes contarme a que vino tu enfado en la mesa? - preguntó Kant tras unos segundos en silencio.

- Las tonterías de Lewis...Tras tantos años sigue con el mismo plan, siempre buscando la manera de ganar dinero fácil a costa de otros. Un día de estos alguien le devolverá la jugada...

- Podrías decir eso también por mi, ¿no? Ya sabes que suelo agregarme con asiduidad a los proyectos de Janson.

- Y ni siquiera entiendo a que jugáis. Si estallé esta noche es porque se ha pasado de la raya, y encima lo cuenta como si cualquier cosa, como si no albergara remordimientos... - Las palabras pesaban en la garganta de Alexander conforme las iba pronunciando.

- Remordimientos...Uno de los sentimientos más débiles y rastreros de la humanidad. Demuestran la poca fuerza de voluntad que nos caracteriza a la especie humana, ¿no crees? Sentir culpa por acciones que podríamos sencillamente haber evitado. Lewis puede hacer lo que quiera mientras tenga la conciencia tranquila...Los remordimientos son un castigo por nuestros pecados, por los verdaderos pecados, puesto que sólo cuando sentimos remordimientos es cuando realmente hemos obrado mal.

- ¿De veras? ¿Podrías entonces matar a una persona y luego no ser atacado por la culpa?

- Eso significaría que la persona en cuestión merecía morir...

- No sabes lo que dices, Kant.

- Claro que lo sé, Alexander. Todos pagamos por nuestros pecados, con o sin remordimientos en nuestra conciencia. Y creo firmemente en que al final, tenemos lo que nos merecemos...

- ¿Ah, sí? ¡Díselo a Mara, Kant! ¿Crees que ella se merecía morir? ¿Merecía yo verla morir sin poder hacer nada? ¡No tenemos lo que nos merecemos, nadie lo tiene!

Sin decir nada más, Alexander salió a zancadas de la biblioteca. Mclovin se pegó a la pared, casi confiando en que con suerte pasaría desapercibido. Ruibobille salió con furia en los ojos, descubrió a Mclovin y le dio la espalda camino de su despacho.


Kant, con mirada impasible y una copa en la mano, se acercó a la mesa central de la biblioteca y apoyó su mano libre en los documentos de Alexander. Cerró el puño con rabia y tiró la copa al suelo. El loro se despertó y comenzó a parlotear.

- ¡Yo lo maté! ¡Yo la maté!

- ¿Acaso yo sí merecía ver a mi hermana muerta por tu culpa...? - susurró Anthony Kant en la tenue oscuridad.



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Las mujeres paseaban lentamente mientras charlaban sobre el caso, sobre sus sospechas y sobre Ruibobille. Noelesia y Aidha lideraban la marcha, confiando en encontrar pronto a sus maridos y echarles la bronca de sus vidas. Rosaline permanecía en silencio, con su cara de porcelana y las manos juntas, mientras Martina pretendía hacer buenas migas con la condesa Mclovin, por si conseguía que le ofreciera trabajo ahora que Alexander ya no estaba. Lucynella iba la última, mirada ausente pero con paso decidido. A pesar de estar profundamente sumergida en sus pensamientos, fue la primera que oyó el disparo.

- ¿Qué ha sido eso? ¿Un disparo? - acertó a decir intentando recordar de dónde venía.

- ¡Mantengamos la calma! El recibidor está cerca, deberíamos movernos hacía allí. - gritó Aidha con tono tranquilizador.

- ¡Creo que el disparo venía del comedor! - dijo Martina sin prestar mucha atención a la proposición de Aidha.

- ¡Entonces al comedor! - volvía a gritar Aidha y sin esperar ni un segundo comenzó a moverse a paso ligero. Martha y Rosaline no se lo pensaron dos veces antes de seguirla. Martina miró a Noelesia y a Lucynella buscando en sus miradas algo de sentido común. Pero ambas también salieron disparadas en dirección al comedor. La ex cocinera de Ruibobille se quedó momentáneamente paralizada, hasta que cayó en que mucho peor que acudir ante el sonido de un disparo es quedarse sola en un sitio dónde se oyen disparos.



El detective Joao A. Pereiro (Lopeiro) se agachó con intentos vanos de buscar algún rastro de vida en el cuerpo inerte de Anthony Kant. En su mirada se adivinaba la decepción, la pena y el cansancio. No había furia ni odio, aquella larga noche comenzaba a derrotar al portugués. Se levantó lentamente y miró al resto, todos evitando mirarse unos a otros. La mayoría dejaron sus armas caer de sus manos.

- ¿Cómo hemos llegado a esto? - dijo y luego se acercó a la puerta.

- Ya...ya no hay vuelta atrás...Estaba confesando...ese mal nacido mató a Ruibobille... - Mclovin miró al general Spinello buscando su apoyo. No sólo lo encontró en su rostro, sino en el de Xabier Ruibobille, en el del profesor Garcis y en Piñavera.

- Sólo había dicho que escribió las amenazas... - dijo Pereiro de espaldas a todos los presentes con la cabeza gacha.

- ¡Por Dios, Pereiro! ¿Y realmente necesitabas algo más? Ambos hemos leído esas cartas, y estábamos totalmente convencidos de que su autor era el responsable de la muerte de mi hermano, Sólo teníamos que encontrarle, descubrirle, y lo hemos hecho... - dijo Xabier acercándose a Pereiro.

- ¿Y en que momento dije que luego lo matáramos? ¡Maldita sea, es que ni siquiera había terminado de confesar! - Pereiro se volvió al auditorio con incredulidad.

- ¿Y que más da? ¿Qué ibas a hacer, Pereiro? ¿Meterlo en la cárcel? Merecía morir, esa es la verdadera justicia en la naturaleza. - volvió a defender Mclovin, el único que seguía sosteniendo su arma quitando a Spinello.


- No estamos en la naturaleza, ¿es que os habéis vuelto locos? ¡Se supone que somos personas civilizadas y no animales que matamos sin contemplaciones! - todos miraban al detective en silencio. Nadie parecía tener la mínima objeción en contra de la ejecución que acababa de tener lugar.


- Ya no se puede hacer nada, Pereiro. El caso ha acabado, hemos vengado a Alexander. Creo que va siendo hora de que volvamos a nuestras casas... - sostuvo Spinello con autoridad.


- ¿Y ya está? No importan los motivos de las amenazas, los motivos de Kant, no importa que Piñavera tuviera en su cuarto la combinación de la caja fuerte de Alexander, no importa...

- El cadáver de Ruibobille ha desaparecido. - cortó Garcis de repente.

Todos lo miraron inmediatamente y las preguntas comenzaron a atropellarse unas a otras. Tras poner algo de orden por parte de Spinello, Piñavera y Garcis explicaron lo que vieron en la bodega.

- Esto cambia las cosas, deberíamos buscarlo. - anunció Pereiro casi poniéndose en marcha.

- ¿No puede andar muy lejos, no? Puede encargarse la policía, Pereiro. Nosotros ya hemos pasado bastante. - dijo Mclovin, expresando lo que la mayoría pensaba.


Pereiro los miró, uno por uno. Todos guardaban silencio, un silencio que no iban a romper. Ni siquiera pensaron en que Mclovin había matado a alguien y merecía un castigo por ello, lo descartaron por completo. De repente sintió que allí ya no pintaba nada. Sus sospechosos, que durante toda la noche fueron retenidos en nombre de su autoridad, volvieron a convertirse en los invitados de Alexander Ruibobille...Y Pereiro recordó que no había asistido a esa fiesta como uno de ellos...La justicia se convirtió en su justicia, la adrenalina se derritió y sus fuerzas se acababan. Todos estaban cansados y ya habían formulado un veredicto. Pereiro comprendió en pocos segundos que llevarles la contraría no iba a ser una buena idea, aún teniendo a Bifouf y a Pepelieu de su parte.


Aidha llegó en ese momento, abrazó a su marido y contempló horrorizada el cadáver de Kant. El resto llegó poco después, y toda conversación sobre el asesinato de Alexander Ruibobille quedó por anulada. Todos decidieron volver al salón, que alguien fuera a buscar a Daniels y a Janson y dar la velada por terminada de una vez. Rosaline se ofreció voluntaria para buscar a los doctores. Lecumlora permaneció un rato en silencio mirando a Kant. Una vez todos salieron del comedor, Pereiro se acercó a ella.

- ¿Está bien? - dijo con amabilidad.

- Si, si. No se preocupe. Es que se hace raro, extraño...Kant y Alexander, también se conocían desde la infancia. No puedo creer que...¿Descubrirá lo que pasó, verdad Pereiro?

- No lo dude, baronesa. No pienso salir de esta mansión hasta que lo haga...




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Alexander terminaba de leer la última de las cartas anónimas que había recibido cuando llamaron a su despacho. Aún seguía adormilado y la luz de la mañana y el piar de los pájaros no impedían que se sintiera viviendo en una noche eterna. Lucynella entró con su radiante sonrisa y sin esperar a que Ruibobille se levantara de su escritorio se acercó a abrazarlo.

- No te esperaba tan pronto...De hecho, no te esperaba a ninguna hora...

- Muy gracioso. Veo que has trasnochado de nuevo...

- Ya sabes que no es lo mío eso de dormir apaciblemente por las noches, como sí ocurre en tu caso.

- ¿Cómo te encuentras? - preguntó la baronesa cambiando el tono.

- Como siempre, Lucy...Si, ya sé que no puedo cambiar el pasado, ya sé que tengo que seguir adelante...Ya ni siquiera es ese el problema...

- ¿Entonces?

- Yo...No importa, no quiero preocuparte. Estoy harto de ser un alma en pena. No quiero más compasión en la mirada de la gente, no quiero que me compadezcan más...no quiero, no quiero que lo hagas tú...

- ¡No digas tonterías! ¡Sabes que estoy contigo para lo que sea! Sabes que todos lo estamos, y no porque te compadezcamos...

- A veces solo quisiera volver a empezar otra vez...pero cuanto más lo pienso antes me doy cuenta de que es imposible...Ya no puedo cambiar lo que hice o lo que no hice, ya es tarde para mí.

- No digas eso, estúpido. Aún te queda mucha vida por delante, acabarás superándolo todo y volverás a ser el de siempre. Te obligaremos si es necesario.

- Ojalá, Lu...Por cierto, siento haberte gritado el otro día, de verdad...

- No pasa nada. Por mí está olvidado. ¿Cenamos esta noche en casa de Lewis?

- Sí, claro. Todo lo que sea con tal de aprovecharnos de él. - sonrió Alexander.

- ¡Eso es lo que quería oír!




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Magnus P. Daniels rozaba con la yema de los dedos los libros de las estanterías. Cuando llegó al que buscaba, dejo su mano sobre él y lo empujó hasta el fondo. Un fuerte sonido mecánico precedió a la apertura de un pasaje secreto en una de las estanterías de la biblioteca. Cargó al difunto Lewis Janson y lo lanzó a través de la oscuridad rebelada por aquel pasadizo. Tras encargarse completamente de que nadie pudiera encontrar al fallecido doctor en biología, volvió a la seguridad de la biblioteca. Volvió a empujar el libro y retornó a su posición original. Al darse la vuelta se paró en seco al comprobar que alguien lo observaba desde la puerta.

- Me has asustado, Rosaline. - dijo sonriendo.

- Janson... ¿Dónde está? - acertó a preguntar con timidez.

- No te preocupes más por Janson. No volverá a molestarte... - Daniels se acercó a la mesa y cogió el revólver de Lewis. Luego se acercó a Rosaline, la abrazó y la besó.

- Kant...está muerto. Lo mató Mclovin...Todos parecen estar seguros de que mató a Ruibobille... - le comunicó Rosaline con preocupación.

- ¡Vaya! Entonces todo ha salido mejor de lo que esperaba. ¿Sabes? Al principio llegué a pensar que Alexander solo estaba borracho...Luego llegó el maldito de Lewis para acelerar los acontecimientos...

- ¿Por qué llamaste a Pereiro?

- ¿No hablamos ya de ello? ¿Qué es lo que te pasa? Deberías estar contenta, todo ha salido cómo queríamos. Ahora nos iremos cómo si nada hubiera pasado y empezaremos de nuevo.

- Hablas cómo si no te importara lo que le ha pasado a Ruibobille...Yo, le conté a Aidha que estuve curioseando en las cosas de Alexander...Puede que sospechen algo de mí.

- Ni siquiera voy a preguntar por qué contaste eso. No dirías nada del testamento, ¿verdad?

- No, no. Claro que no. Sólo me preguntaba si...si realmente hemos hecho lo correcto...

- Claro que sí. Esto era lo mejor que podía suceder a estas alturas...Salvamos a Alexander de sí mismo. Y de que se descubriera la verdad.

- Pereiro seguirá investigando...Averiguará lo que Ruibobille hizo a través de las cartas de Kant...

- Puede...pero en realidad eso nos interesa. No olvides que Pereiro también era íntimo de Alexander. Lo convenceremos para que guarde silencio. Todos lo harán, cómo lo teníamos previsto. Los secretos de Alexander Ruibobille se quedarán en esta mansión...Para siempre...

- Eso espero...Pereiro me mandó para buscaros a Janson y a tí para volver al salón. ¿Qué le decimos sobre él?

- Lewis Janson simplemente decidió marcharse una vez se descubrió al asesino de Ruibobille...



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- No me estás escuchando... - le reprochó Daniels a Alexander cuando comprobó que tenía la mirada perdida.

- Perdona, Daniels. Estoy algo cansado...

- Alexander...Sé lo que pretendes...Sé que pretendes reunirte mañana en la fiesta con Kant para hablar de las amenazas...

- No intentes disuadirme de eso. ¿Crees que no lo he pensado ya lo suficiente? Yo la maté...Fue mi culpa, Magnus...Resulta irónico, ¿verdad? Ese maldito loro no hace más que recordármelo. Junto a las cartas...

- Por favor, el loro ni siquiera reconoce la diferencia entre el género masculino y femenino...Escúchame detenidamente...vale que no voy a impedir que cambies de opinión...y te apoyaré, incluso en esto...Mañana no mencionaré el tema, haré como si no pasara nada...

- Gracias, Daniels...Sabía que podía contar contigo.

- Sigo sin estar de acuerdo en lo de Kant... ¿Qué ibas a pedirle?

- Perdón...Entendería que no me lo otorgara, pero necesito intentarlo...esto sí debo intentarlo...No cómo cuando éramos críos, ¿recuerdas?

- Echábamos a suertes cada fin de semana quien tenía que declararse a las chicas, y al final ninguno lo hacía. Bueno, tú lo hiciste una vez...

- Y funcionó, aún no sé como...

- ¿Te arrepientes de no haberlo hecho antes?

- ¿Te refieres a Mara o...?

- Ambas...

- No lo sé...Ahora eso no tiene importancia, y lo sabemos.

- Siento que todo acabara así...Con toda mi alma...

- Lo sé, Daniels...Ahora lo veo todo desde fuera. Y creo que, me siento en paz por primera vez en años...por haber tomado esta decisión por mí mismo...

- Supongo que al final, es eso lo que más importa...

- ¿El qué?

- Conseguir la paz con uno mismo...



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Pereiro era incapaz de calcular todo el tiempo que había pasado. Miró de reojo la butaca y luego comenzó a moverse por todo el salón. Tenía que acabar con aquello y no dejar que el cansancio lo venciera. Todos estaban allí, el doctor Daniels ya había aparecido. Le extrañó que Lewis Janson desapareciera sin despedirse de nadie, si bien por lo que Alexander siempre le contaba de él no era precisamente una conducta difícil de asumir por su parte. Los observó a todos uno a uno, todos cansados y con miles de pensamientos en sus mentes. Ya no servía de nada retenerlos allí, quien quisiera podía irse. Aún quedaban respuestas, pero todo se encontraba en esa mansión. Pepelieu y Bifouf ya le habían anunciado su intención de quedarse, al igual que Xabier Ruibobille, Rufus Piñavera y el doctor Daniels. Todos los invitados cotidianos de Alexander Ruibobille esperaban sus palabras, si bien muchos de ellos no le prestarían demasiada atención.

- Bien, no hay mucho que decir que a estas alturas no sepáis todos...Ha sido una noche dura, muchas las emociones...Apenas nos ha dado tiempo de asimilar el dolor por la pérdida de Alexander...y os he obligado a permanecer aquí en contra de vuestra voluntad...

- Ninguno de nosotros iba a marcharse sin saber que ocurrió con Alexander... - dijo Lucynella con ánimo de apoyarle.

- Las cosas se han torcido, pero ya no podemos volver atrás, obviamente. Sólo me queda despedirles y dejarles descansar...Comprendo que quieran reservarse para ustedes todo lo ocurrido aquí esta noche...Yo mismo ya he charlado con el doctor y prometo no revelar nada de lo que sé y de lo que pueda descubrir...Lo que hizo Ruibobille, hecho queda, y no honraremos su memoria de mejor forma que recordándolo tal y como se mostraba ante nosotros. Esa es mi última petición...

- ¿Y qué ocurrirá con el cuerpo de Kant? ¿Y Ruibobille? - chilló Aidha con su natural júbilo.

- De Kant nos encargamos nosotros. Y respecto a Ruibobille...lo buscaremos sin falta... - respondió el doctor Daniels mirando a los que se quedaban.


Comenzaron las despedidas y los abrazos, los apretones de manos, algunos cordiales, algunos vacios. Mclovin le dio una palmada en la espalda al detective a modo de agradecimiento. Spinello apartó a Daniels y le susurró algo al oído. La "generala" Aidha abrazó a Pereiro y le agradeció que se quedara. De la Rouge se quedó momentáneamente admirando la decoración de la mansión. De repente recordó algo y sonrió. "Adiós, Ruibobille" dijo, y abandonó la mansión junto a su esposa. Lucynella le preguntó a Daniels por Lewis, extrañada por su forma de desaparecer. Daniels la esquivó con facilidad y la despidió cordialmente. Luego, la baronesa abrazó a Xabier. "Para lo que necesites..." le dijo, y lo despidió con la mejor de sus sonrisas. Garcis resopló y cayó en que seguía guardando el cuchillo. Lo soltó y se despidió de Rufus, jurándole que no le revelaría a nadie lo que le contó. Luego, silbó y su gato apareció de la nada. Se lo subió al hombro y se fue, no sin antes comprobar que seguía guardando las hierbas en su bolsillo. Rosaline abrazó a Daniels y luego se marchó junto a Martina, ambas contratadas por Martha Mclovin.

Pereiro salió a tomar el aire, por primera vez en varias horas. El frescor de la noche le permitió rejuvenecer unos instantes. Sacó su pipa y bajo los escalones de la entrada, mirando al cielo estrellado. Lecumlora se acercó a él para despedirse.

- Siento toda la brusquedad que haya podido ofrecerle, Pereiro. Supongo que lo entenderá...

- Claro, claro, no se preocupe. Además, después de tanto tiempo uno se acostumbra al hecho de no caer siempre bien. Ya sabe, meternos en la vida de la gente con tal de encontrar la verdad...Todo sería más sencillo si nadie ocultara nada...

- Entonces se quedaría sin trabajo, ¿no? - rió débilmente Lucynella.

- Supongo. Por cierto, una última pregunta, Lucynella...

- Usted dirá, Joao.

- ¿Cómo...cómo era Mara Cornuelles? No tuve el placer de conocerla en persona...

- Era...fuerte de carácter...La verdad es que ella y yo nunca llegamos a congeniar del todo. No parecía ver con buenos ojos mi relación con Alexander, ya sabes. Era muy amable, muy risueña, tenía ambiciones...Pero también celosa...

Pereiro sonrió en la oscuridad y la pregunta se le escapó casi automáticamente.

- ¿Y lo era con razón?

Lucynella lo miró, y el fuego de la pipa le permitió a Pereiro verla sonreír.

- Buenas noches, Joao. Manténgame informada con lo que averigüe, por favor...


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- ¿Estamos todos? - dijo Daniels con la más seria de sus expresiones.

- Si. No he creído conveniente involucrar a nadie más, como comprenderás, Magnus. - soltaba el general Spinello mientras se acomodaba en su lugar preferido. En la sala, aparte de él mismo y Daniels, sólo estaba Rosaline, y por su semblante demostraba que no precisamente por deseo propio.

- Lo entiendo, general. Rosaline me lo dijo nada más encontrar aquello y al final, el mismo Ruibobille me acabó contando sus planes. Tal y como están las cosas, necesitaba contar con su ayuda...Todo esto es bastante...delicado.

- Lo comprendo, sin ninguna duda. Debo reconocer que me sorprendió enormemente lo que me dijo y lo que pretende hacer...Aunque dadas las circunstancias, admito que me puse inmediatamente de su parte. Me ha costado decidirme moralmente pero...estoy totalmente dispuesto a ayudarlo, doctor.

- Gracias, general. Entiende pues qué en cierta manera debemos contarle una verdad a medias a Janson. Mejor mientras mas confiado se encuentre en la fiesta...

- Claro. Cuéntele lo que crea conveniente...Respecto a Kant...Yo me encargaré de vigilarlo.

- En cuanto Lewis y yo tengamos la libreta, todo lo demás se escribirá sólo. Kant descubrirá que alguien le ha tendido una trampa y se pondrá nervioso. Actuará sin pensar, puesto que en cualquier momento aquellos que manipularon sus escritos podrían avisar a Pereiro para que la revisara.

- ¿Tan seguro está de poder implicar a Pereiro en todo este asunto?

- Lo he planificado todo, sin duda. Es una oportunidad de oro... - Daniels miró a Rosaline con cierta tristeza. - Desearía con todas mis fuerzas poder resolver esto de otra manera, pero la desesperación me obliga a intentarlo o caer...

- No se preocupe por eso, Daniels. Le ofreceré inmunidad. A usted y a Rosaline. Yo mismo encerraría si pudiera a esos dos...indeseables...

- Con que nos ofrezca algo de tiempo para salir del país, le estaré eternamente agradecido, Spinello.

- ¿Le contó a Kant lo de los pasadizos?

- Claro. Incluso le indiqué la entrada de varios de ellos. Pero nada de la salida de la mansión. Si decide internarse en ellos, se perderá. Y acabaremos encontrándolo...Espero que para entonces ya haya enfurecido bastante a Mclovin.

- Sino yo mismo le meteré una bala entre ceja y ceja. Anthony Kant no volverá a estafar a mi familia ni a ninguna otra...

- ¿Es cierto lo que escribió Alexander, Magnus? - preguntó Rosaline sin dejar de mirar el suelo.

- ¿A que te refieres? - preguntó Daniels con cierta cautela.

- Qué es responsable de la muerte de la hermana de Kant...

Daniels suspiró y miró a Spinello. - Me temo que sí...Ese maldito proyecto, lo sumergió en un mundo horrible. Secuestraron a la hermana de Kant días después de que Ruibobille aprobara el proyecto. El necio ni siquiera pidió explicaciones sobre sus métodos...Kant lo descubrió, siempre se ha movido entre las altas esferas, pero para cuando localizó a su hermana ya fue demasiado tarde. Comenzaron las amenazas...y el tormento de Alexander.

- ¿Y qué pretende Alexander reuniéndose con él? - soltó Spinello refunfuñando.

- Obtener su perdón. Se conocen desde pequeños, General. Cree que se lo debe.

- ¿No nos arriesgamos a que intente tomar represalias?

- Es posible...pero Alexander no es estúpido. No me preocupo por eso. Peor es...

- ¿El qué? - preguntó el general, impaciente ante el silencio de Daniels.

- Nada, nada. Hablaba en voz alta...

- Magnus...tengo un mal presentimiento con todo esto...- le dijo Rosaline mirándolo a los ojos.

- No te preocupes...todo saldrá bien, lo prometo.


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Reunidos en la biblioteca, Pereiro, Xabier, Bifouf, Piñavera, Daniels y Pepelieu removían y amontonaban todos los documentos de la investigación y el proyecto de Ruibobille. Daniels le resumió a todos en qué consistía el proyecto, les habló de la eugenesia y de la enfermedad de Mara Cornuelles. Les habló de Anthony Kant y de su sed de venganza, de las amenazas y su interés por atormentar con ellas a Alexander todo el tiempo que le fuera posible. Poco a poco, Pereiro comenzó a encontrar pruebas de que lo que decía Daniels era cierto. Revisó las cartas de la caja fuerte y no le fue complicado enlazar a Kant con todo aquello. La muerte de su hermana fue real, el mismo acudió al entierro, y recordó lo extraño de la ausencia de Alexander aquel día. Xabier se lamentó por no haberlo descubierto antes, de no haber descubierto a Kant antes de que matara a su hermano. Aunque en el fondo, el mismo acabó replanteándose su propia visión respecto a su hermano...Entendía lo de Mara, pero también entendía lo de la muerte de la hermana de Kant...Ambos fueron finalmente víctimas de la venganza, del dolor por la pérdida y de la desgracia y la imposibilidad de escapar de aquello. Varias horas más tarde, llegaba el alba.

Los hombres se reunieron por última vez en el salón de la mansión de Almanzora. Rufus les preparó algo de café y charlaron un poco sobre lo que harían a partir de entonces.

- Llamaremos a algunos de nuestros contactos. Encontraremos el cuerpo de Alexander, esté donde esté. - anunció Pereiro antes de darle un sorbo a su taza humeante.

- Kant debió de esconderlo cuando todo se le vino encima para ocultar pruebas...

- Me cuesta creer eso en realidad, ya le habíamos pillado. ¿Para qué iba a preocuparse por algo así? - rebatió Bifouf mientras le acercaba a su perra una pasta. Daniels se aclaró la garganta y se acabó el café de una sola vez.

- ¿A nadie se le ha pasado por la cabeza que Ruibobille siga vivo? - era la voz de Pepelieu la que sonaba, y a todos le pareció irreal escucharle por segunda o tercera vez durante todo el evento. Lo miraron fijamente en silencio durante unos segundos, y Pereiro casi se atraganta con su segundo sorbo.

- ¿Pero qué está diciendo? Yo mismo lo comprobé. Alexander estaba muerto, y Pereiro también lo reconoció después. - decía Daniels soltando una risotada por lo absurdo que le sonó aquello.

- Bueno, debo de admitir que no le presté la atención que merecía a ese reconocimiento...No me fijé demasiado bien en sus heridas pero...si le tomé el pulso...y me pareció suficiente. Yo...nunca he llevado bien el interactuar con muertos...menos si encima se trata de un buen amigo...

- ¿Usted se dio inmediatamente cuenta de que Alexander había muerto? - le preguntó Bifouf a Daniels repentinamente para suavizar lo que dijo Pereiro. En cierta manera encontrarse en un grupo más reducido le hacía sentirse mucho más cómodo.

- No. - dijo el doctor con sinceridad. - Pensaba que estaba borracho...Luego apareció Janson y comprobó que no era así...

- Janson me dijo que parecía que usted buscaba algo. ¿Puede explicarlo? - dijo Pereiro súbitamente y la pregunta le sintió a Daniels como un puntapié.

- La confianza es lo que tiene, Pereiro...Buscaba su historial médico, que le envié semanas atrás e intuía que lo tendría en algún lugar de su escritorio. - "Por suerte lo que realmente buscaba ya no estaba allí gracias a Rosaline" pensó el doctor.

- En fin...parecemos los vestigios del epílogo de una novela sin final cerrado con tanta pregunta...Todos estamos cansados...Voto a tal que volvamos a nuestras casas. Tanto Bifouf como yo les informaremos de las novedades... - exponía un Joao A. Pereiro agotado. - Ah, un último brindis por Alexander Ruibobille, caballeros...

- Mi hermano tenía muchos secretos, tenía muchas manías, se enfadaba con facilidad y era lo suficiente bueno actuando como para disimular la gran mayoría de sus sentimientos...No era perfecto, los problemas llovían a sus espaldas y el drama lo persiguió hasta su final...Pero era mi hermano. Y lo quería. Ojalá le hubiera sacado todo lo que desconocía para poder apoyarle, para demostrar que estaba allí. Al menos espero que...durante el tiempo que pasó con Mara, fuera feliz...Por Alexander Ruibobille... - Xabier terminó de hablar y levantó una copa vacía por su hermano fallecido. Todos lo imitaron, y varios de ellos, incluyendo a otros tantos que ya se habían ido, juraron para sus adentros dejar el alcohol una temporada....Y lo hicieron...









9. Epílogo



Semanas más tarde, Joao A. Pereiro llegaba a su despacho en la ciudad acompañado de su ahora socio a tiempo completo Mannel Bifouf. Comenzó a mirar su correspondencia mientras Mannel se acomodaba en su escritorio personal.

- ¿Cómo ves la idea de hacer algo de deporte, Mannel?

- Bueno, ya sé de tu afición por ir a correr, Joao. Pero De la Rouge se te adelantó. ¡He decidido entrar en su equipo de rugby!

Pereiro lo miró con sarcasmo. Al comprender que su entusiasmo parecía veraz, continuó revisando su correo. Paró al reconocer la caligrafía de Xabier Ruibobille.

- Parece que el joven Ruibobille nos manda saludos.

- ¿No me dijiste que iba a crear una fundación en nombre de Alexander?

- Si, si. Lo hizo con la ayuda de la familia Lecumlora. Supongo que esta carta se trata de la tan esperada invitación para la inauguración.

- Perfecto. Me encantan las inauguraciones...

- Reza para que hayan entonces dos invitaciones, Mannel...

- ¡No me fastidies!

- Has tenido suerte - rió con ganas Pereiro. Pensó entonces en Lewis Janson y en que hacía tiempo que no sabía nada de él. Recordó inmediatamente lo que contó en la mansión de Ruibobille sobre su expedición al Amazonas.

En la carta, Ruibobille agradecía a Pereiro toda la ayuda prestada con el caso, la búsqueda y el encuentro del cadáver de su hermano. Confiaba a su vez que le informara de los datos obtenidos por la autopsia, que dejaron en manos de Daniels. Otra de las cartas era del general Spinello, que lo avisaba de sus intenciones de establecerse definitivamente en Londres y de visitarlo a menudo junto a su esposa. A Pereiro le entró un escalofrío. Sólo esperaba que la tirria de la "generala" hacia su persona hubiera mejorado.

- Nunca me contaste por qué te cogió tanta manía.

- Bueno, Fue algo tan simple como llamarla Aidha de Bormujos al conocerla...Es una mujer que no olvida fácilmente lo que se dice, al parecer...

Bifouf puso cara de no entenderlo. - Pero, ¿no es así cómo se llama?

- Para nada amigo. Su nombre completo para toda la sociedad es Doña Aidha Dulcinea Rosalinda Jimenea de Bormujano. Por lo visto los contactos que me informaron de su nombre no eran del todo fiables...Una chapuza en toda regla lo mío...

- Para la sociedad dices... ¿Y en confianza?

- Ah, bueno. En confianza sí que es Aidha de Bormujos.


Sólo quedaba dos cartas cuando sonó el teléfono. Pereiro descolgó y oyó la alegre y fanfarrona voz de Lockslo Mclovin.

- ¡Pereiro! ¡Te llamo para pedirte un pequeño favor de nada!

- Tiemblo al oír eso de pequeño...Lockslo.

- Verás, me marcho una temporada a Irlanda, al sur, y creo que tu conocías a un buen guía de allí.

- Sí, claro. Te daré el número. ¿Que se le ha perdido en Irlanda?

- La caza evoluciona, Pereiro. Ahora participo en torneos profesionales. Una ocasión perfecta para acribillar a unos pocos ciervos y humillar a unos cuantos irlandeses. ¡Ya te traeré alguna cabeza! ¡Gracias por el contacto!

- Bueno, no hace falta que me traigas... ¿Mclovin? Arghh...Ha colgado...


Bifouf sonreía y comenzaba a ordenar su escritorio cuando Pereiro volvía a hablar.

- Carta de Daniels...


Pereiro comenzó a leer la carta, de extensión abundante. En ella Daniels le contaba que ya se había mudado y le escribía la carta desde el sur de España. Rosaline estaba con él y las cosas parecían comenzar a mejorar. Había abierto una consulta y aunque le costaba habituarse a una vida mucho más austera y sin tantas comodidades, se sentía completo. Pereiro sonrió y miró la última carta. Era del forense con el que habló sobre la autopsia de Alexander Ruibobille. Tras encontrar el cuerpo, y con Daniels ya fuera del país decidieron actuar por su cuenta y hablaron con uno de los contactos más cercanos del doctor. Tampoco querían importunarle en esos primeros días fuera del país, asi que no lo avisaron de que encontraron el cuerpo ni de la idea de Pereiro de proceder a la autopsia.


- ¿Qué dice de la autopsia, Pereiro? ¿Pereiro?


Joao de repente puso una cara extraña y parecía estar leyendo varias veces las mismas líneas. Tras un rato haciendo gestos extraños, fue consciente de que Bifouf lo estaba llamando.


- Eh...perdona Mannel...es que no soy capaz de asimilar muy bien lo que estoy leyendo...

- ¿Qué pasa, recórcholis?

- El forense me cuenta que la autopsia se realizó con éxito....En fin, yo creo que...ehhhh... ¿no pone nada de que haya podido tratarse de un error por aquí?

- ¡Deja de decir tonterías, Pereiro! ¿Qué dice la maldita carta?


-...Parece que no hay ninguna duda...el informe del forense dice que Alexander estaba ya muerto antes de recibir las puñaladas...las cuales creíamos obra de Anthony Kant...dice que...encontraron veneno en su cuerpo...ingerido horas antes de ser encontrado muerto...


- ¿Cómo que veneno? ¿Qué se supone que significa eso, Pereiro? ¿Kant lo envenenó?

- No...Kant no pudo ser...no había llegado a la fiesta cuando el veneno ya estaba en la sangre de Ruibobille...

Mannel intentó saltarle con algo, pero Pereiro había dejado casi todos los cabos bien atados con la post-investigación, gracias en parte a los escuetos datos de la libreta de Kant, incluso la hora de llegada de todos los invitados, la hora de la muerte, y la situación de todos los invitados durante el intervalo de tiempo entre la subida de Ruibobille a su despacho y el momento en el que fue encontrado muerto.

- ¿Entonces...quién mató a Ruibobille? - preguntó Bifouf, sin ser consciente de que estaba levantado.


- Por primera vez en toda mi carrera profesional...no sé qué decir...- soltó Pereiro con total y perfecta cara de póquer.

2 comentarios:

  1. Vellos de punta señor Ruibobille.

    Un punto y final perfecto. Es usted un auténtico escritor en ciernes. Apúntese todos los tantos que quiera. Y sí, algún día, grabaremos esto o algo parecido.

    Chapeau.

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  2. Estoy a un tris de enviarte los papeles para que me cedas la historia y poderla grabar, eso sí, juntos Ruibobille!!!!te imaginas que grandioso final de licenciatura?
    Me encanta que resaltes mi curiosa antipatía con Juan a principios de conocerlo...no te parece bastante con que ahora nos queramos mutuamente? Me ha encantado mi nombre de las altas esferas...de las bajas, y mi sobrenombre..."generala"..la verdad que me impongo un poco, pero no es para tanto...y sí, también chillo...ooo...puede que tú tengas los oídos sensibles!XD
    Me ha encantado, una historia de misterio en toda regla, vete planteandote escribir alguna más...=)

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