Oí decir a un hombre que jamás permitiría que una muchacha bonita llorara delante suya. Le pregunté que era para él una muchacha bonita y me contestó que en realidad para él todas eran bonitas.
El hombre me sonrió y comenzó a hablar. Parecia que guardaba grandes dolores en su alma. Yo era joven, me decía. Los sentimientos me dominan y permiten que tome decisiones propias de un loco. Y en el fondo a estas edades todos estamos algo locos. Ardes continuamente, pero te reprimes como un adulto. Las palabras se atropellan de forma difusa en tu cabeza, formando una canción silenciosa. Sigues los compases que mejor te suenan, sin estar muy seguro de adonde te llevarán. El miedo es nuestro día a día, miedo al espejo, a no saber quienes somos.
Me fuí a casa sin tomarme demasiado en serio lo que decía. Preocupaciones más prioritarias sacudían mi mente. Y digo prioritarias, no importantes. Puesto que en realidad nos tira más lo prioritario que lo sustancialmente importante.
A ese mismo hombre le oí decir en otra ocasión que al final, somos nosotros mismos los que decidimos cuando dejar de sufrir. Nos refugiamos en el dolor ante una pérdida o ante una ausencia para no afrontar esa verdad. Puro egoismo que va mermando o transformándose en odio. El dolor es inevitable, dijo. Hay que aprender a vivir con la constancia de que nos perseguirá allá donde vayamos. Y para sobrevivir hay que adaptarse, y adaptarse es superar el sufrimiento.
Tras decir esto, el hombre se echó a reir. ¿Por qué se rie?
Quizás porque todo lo que te digo no servirá para nada. La orquesta volverá a tocar, una y otra vez, en nuestras cabezas. Y no podemos controlar nuestras emociones. Ellas controlan el ritmo y el compás. Podemos frenarlas, ordenarlas, encaminarlas hacia determinada dirección. Pero no detenerlas...
El silencio. No puedo oir lo que ese hombre piensa. ¿Curiosidad? Me corroe por dentro, siempre. Curioso por todo, por lo que desconozco. No por rumores estúpidos o chismorreos...Curiosidad por como funciona el mundo y como funcionamos nosotros...
El hombre se despidió de mí y no lo volví a ver. Podemos convertir nuestra vida en una buena novela cargada de riqueza. Configuramos el mundo de forma teatral, con actos, con personajes, a todos les otorgamos un papel. Sufrimos si los personajes desaparecen o no quieren su papel.
Pero luego despertamos, no estamos en ninguna obra, no existe ningún hombre. Y se hace el silencio. Podemos volver a sumirnos en el sueño para que la música vuelva. Yo la verdad, prefiero oir cantar a otros, romper con los roles que les otorgué y escuchar sus historias...
No hay comentarios:
Publicar un comentario