Es importante comparar una situación con otra pasada para comprender en que se parecen y en que se diferencian. Por eso mismo es importante la historia, conocer el pasado. Para comprender el presente. Porque las circunstancias condicionan y moldean a las personas. Personas que siempre son iguales, que nacen con las mismas posibilidades y capacidades, pero que se desarrollan de forma completamente diferente segun su contexto. Social, cultural, temporal...Somos espejos de nuestro tiempo y espacio, y eso no se puede evitar. La presión del exterior es constante, agobiante, inevitable. Y por mucho que queramos huir de esa sensación de dependencia, por mucho que pensemos que controlamos nuestras vidas y solo nosotros decidimos lo que hacemos, lo cierto es que es nuestro alrededor lo que nos impulsa a decidir.
Podemos elegir que hacer, millones de posibilidades, millones de respuestas, millones de conclusiones. El entorno limita, pero dentro de ese camino que guia nadie nos dice que no podemos salirnos. Lo que nos mantiene en el camino es el miedo "a otras cosas", a lo que no conocemos y a salir de la comodidad de lo previsible, de lo que podemos controlar. Es el miedo a salir de nuestro cuarto y descubrir un cielo inmenso que es ajeno a nuestra particularidad.
Es algo tan básico como aprehender que somos insignificantes. Y al mismo tiempo valemos algo. Porque existimos, y eso lo tenemos en común con el resto de los seres vivos.
Aún así somos débiles y necesitamos creer que significamos algo. Y que en nuestro mundo particular las cosas van bien, y que nuestro criterio tiene sentido. Creer que somos importantes y que nadie debe pisotearnos. Y eso nos lleva a rechazar, a criticar, a enemistarnos. Medidas defensivas, protección personal.
Durante más de 10 años, me he autoconvencido de que lo mejor era ir a mi bola sin depender de nadie e ir en contra de mis propios sentimientos, los que me acercaban a los demás. Impulsos reprimidos, sonrisas evitadas, muestras de afecto perdidas en el intento. Ni siquiera recuerdo porqué comencé a actuar así. Se convirtió en mi rutina, en lo normal.
Y así comencé a actuar desde "fuera". Como un ente sin voz ni voto, que observaba, que aprendía y juzgaba las actitudes de los demás. Y acabé abstrayéndome hasta tal punto que, sin darme cuenta, dejé de lado mi capacidad de empatizar. De ayudar, de interesarme en los demás.
Y lo que queda es una sensación vacia, la culpabilidad ante algo que debería estar y no. Ahora me miro a mí desde fuera. Y he creido que podía juzgar sin tenerme en cuenta a mi mismo.
En parte lo mismo le pasa a todo el mundo. A ese cuento viene todo esto. Tan acostumbrados estamos a absorber del entorno multimedia experiencias y emociones que creemos que lo hemos visto todo. Películas, libros, canciones, series, anécdotas, videojuegos...Hemos visto morir a miles de personas de forma ficticia. Nos hemos criado con la crítica mordaz de la estupidez humana. Hemos disfrutado como niños de la ternura de las películas de animación. Se nos ha erizado la piel al leer novelas de amor, misterio, intriga y terror. Conocemos lo mejor y lo peor del ser humano gracias al cine. Hemos conocido a mucha gente, "superficialmente", gracias a las redes sociales. Y todo ello ha ayudado a comprendernos a nosotros mismos. Pero seguimos sin hacerlo completamente. Y mientras más absorbemos, más complicado es contentarnos y sorprendernos. Perdemos la ignorancia (relativamente) y creemos saber demasiado, comprender como funcionan las cosas. Y perdemos la ilusión de lo nuevo al creer que lo hemos visto todo.
Y vamos de entendidos. Criticando las cosas desde el punto de vista del que ha visto de todo. La experiencia nos vuelve arrogantes y exigentes, cerrados de mente y duros de mollera. Intolerantes y extasiados con ideas fijas. Porque necesitamos ideas fijas, cierta claridad en el caos.
Pero no existen las ideas fijas, y he tardado en darme cuenta. Somos hipócritas y cambiantes, porque tenemos que cambiar al cambiar nuestro entorno. Porque somos seres adaptativos, nunca perfectos, nunca adecuados, nunca completos.
Me hace gracia observar como la gente discute con omnisciencia, tratando cada palabra con la convicción de estar del lado de la verdad. Defendiendo lo que creen fervientemente, rechazando e incluso menospreciando lo que se sale de sus esquemas. Yo mismo me he comportado así. Es imposible no haberse comportado así. Y ahora pienso que somos imbéciles. Por desprestigiar a otros, por criticar a otros y no señalar lo bueno. Por no ser agradecidos y por no ayudar a mejorar las cosas con soluciones y no con quejas. Por no ser tolerantes y abiertos de miras, intentando dar oportunidades a los que fallan, que somos todos. Por aceptar que vivimos en un mundo competitivo donde nadie va a salvarte si te pierdes por la calle, cuando yo mismo he visto que eso no es verdad. Por tratar a los demas como objetos utilizables, de los que puedes sacar algo sin tener en cuenta como se sienten. Por comportarnos como ególatras super chulos porque no dejamos que nadie se ponga por encima nuestra.
Yo he hecho todo eso, y soy por tanto, un buen imbecil. Pero como todos los imbéciles, puedo aprender de mis errores. Es dificil luchar en contra de la corriente, de los impulsos y del ego. Pero a estas alturas, y viendo lo poco que me ha ayudado ser un egocéntrico ausente, creo que prefiero ser un tolerante activo. De todos modos, seguiré siendo igual de insignificante, igual de humano, igual de imbecil. Pero al menos así a lo mejor encuentro la forma de autodeterminarme y llenar mis vacios interiores. Y algún día recuperar las ganas de ser un humano vulnerable que se divierte respirando y no soñando.
No se trata de prometer lo que no se puede controlar. Se trata de actuar para buscar una suerte de paz espiritual. Despertar un día y sentir que a pesar de vivir en un mundo incomprensible, nosotros seguimos amando la vida y las cosas que son tan insignificantes como nosotros mismos. Y que den igual los galardones y las competiciones fundamentadas en demostrar quien es mejor. Contentarse con iluminar los momentos y progresar por ayudar en la creencia de un mundo mejor, sin pensar en ganar algo a cambio. ¿Individualmente? No conseguiremos mucho. Pero siempre será infinitamente mejor que fomentar conflictos por ver quien lleva la razón. Porque al final nada de eso es relevante.
Y vale, es fácil hablar. Es gratuito. Y lo que digo o escribo puede ir y venir. No tengo ninguna verdad secreta en mi posesión. No soy un sabio ni un salvador con fórmulas para salvar a los hombres. Tan solo busco alcanzar el día en el que pueda mirarme al espejo y decir: Esto es lo que queria ver.
Y eso es lo que buscamos todos. Y el gran fallo que nos lo impide es vivir con la ceguera del orgullo, negando la humildad. La humildad del que no renuncia a ser feliz y con ello se preocupa por los demás antes de en sí mismo. ¿Es eso luchar en contra de la naturaleza? Seguramente.
Pero continuamente luchamos en contra de la naturaleza. Se puede luchar contra ella. Que eso te salga bien es otra cosa. Lo que nos define es actuar e intentarlo. Y vivimos hasta la muerte intentándolo.
Eso es lo que me gusta de la gente. Que intentan luchar en contra de lo que son de forma predefinida con tal de buscar ser lo que quieren ser.
No tendré verdades, todos tenemos opiniones que elegimos para acompañarnos en nuestras acciones. Y seleccionamos nuestras opiniones a medida que avanzamos en la vida. No estamos ni mas cerca ni más lejos de descubrir una verdad absoluta. Tan solo se trata de ser como quieres ser, independientemente de como sean los demás. Y dejar que los demás sean como ellos desean.
Sin criticar como si fuéramos jueces perfectos. De forma gratuita, desprestigiante. Eso es muy fácil. Y al final nos deja solos.
Y yo estoy harto de sentir que estoy solo. Precisamente porque no lo estoy.
Podemos elegir que hacer, millones de posibilidades, millones de respuestas, millones de conclusiones. El entorno limita, pero dentro de ese camino que guia nadie nos dice que no podemos salirnos. Lo que nos mantiene en el camino es el miedo "a otras cosas", a lo que no conocemos y a salir de la comodidad de lo previsible, de lo que podemos controlar. Es el miedo a salir de nuestro cuarto y descubrir un cielo inmenso que es ajeno a nuestra particularidad.
Es algo tan básico como aprehender que somos insignificantes. Y al mismo tiempo valemos algo. Porque existimos, y eso lo tenemos en común con el resto de los seres vivos.
Aún así somos débiles y necesitamos creer que significamos algo. Y que en nuestro mundo particular las cosas van bien, y que nuestro criterio tiene sentido. Creer que somos importantes y que nadie debe pisotearnos. Y eso nos lleva a rechazar, a criticar, a enemistarnos. Medidas defensivas, protección personal.
Durante más de 10 años, me he autoconvencido de que lo mejor era ir a mi bola sin depender de nadie e ir en contra de mis propios sentimientos, los que me acercaban a los demás. Impulsos reprimidos, sonrisas evitadas, muestras de afecto perdidas en el intento. Ni siquiera recuerdo porqué comencé a actuar así. Se convirtió en mi rutina, en lo normal.
Y así comencé a actuar desde "fuera". Como un ente sin voz ni voto, que observaba, que aprendía y juzgaba las actitudes de los demás. Y acabé abstrayéndome hasta tal punto que, sin darme cuenta, dejé de lado mi capacidad de empatizar. De ayudar, de interesarme en los demás.
Y lo que queda es una sensación vacia, la culpabilidad ante algo que debería estar y no. Ahora me miro a mí desde fuera. Y he creido que podía juzgar sin tenerme en cuenta a mi mismo.
En parte lo mismo le pasa a todo el mundo. A ese cuento viene todo esto. Tan acostumbrados estamos a absorber del entorno multimedia experiencias y emociones que creemos que lo hemos visto todo. Películas, libros, canciones, series, anécdotas, videojuegos...Hemos visto morir a miles de personas de forma ficticia. Nos hemos criado con la crítica mordaz de la estupidez humana. Hemos disfrutado como niños de la ternura de las películas de animación. Se nos ha erizado la piel al leer novelas de amor, misterio, intriga y terror. Conocemos lo mejor y lo peor del ser humano gracias al cine. Hemos conocido a mucha gente, "superficialmente", gracias a las redes sociales. Y todo ello ha ayudado a comprendernos a nosotros mismos. Pero seguimos sin hacerlo completamente. Y mientras más absorbemos, más complicado es contentarnos y sorprendernos. Perdemos la ignorancia (relativamente) y creemos saber demasiado, comprender como funcionan las cosas. Y perdemos la ilusión de lo nuevo al creer que lo hemos visto todo.
Y vamos de entendidos. Criticando las cosas desde el punto de vista del que ha visto de todo. La experiencia nos vuelve arrogantes y exigentes, cerrados de mente y duros de mollera. Intolerantes y extasiados con ideas fijas. Porque necesitamos ideas fijas, cierta claridad en el caos.
Pero no existen las ideas fijas, y he tardado en darme cuenta. Somos hipócritas y cambiantes, porque tenemos que cambiar al cambiar nuestro entorno. Porque somos seres adaptativos, nunca perfectos, nunca adecuados, nunca completos.
Me hace gracia observar como la gente discute con omnisciencia, tratando cada palabra con la convicción de estar del lado de la verdad. Defendiendo lo que creen fervientemente, rechazando e incluso menospreciando lo que se sale de sus esquemas. Yo mismo me he comportado así. Es imposible no haberse comportado así. Y ahora pienso que somos imbéciles. Por desprestigiar a otros, por criticar a otros y no señalar lo bueno. Por no ser agradecidos y por no ayudar a mejorar las cosas con soluciones y no con quejas. Por no ser tolerantes y abiertos de miras, intentando dar oportunidades a los que fallan, que somos todos. Por aceptar que vivimos en un mundo competitivo donde nadie va a salvarte si te pierdes por la calle, cuando yo mismo he visto que eso no es verdad. Por tratar a los demas como objetos utilizables, de los que puedes sacar algo sin tener en cuenta como se sienten. Por comportarnos como ególatras super chulos porque no dejamos que nadie se ponga por encima nuestra.
Yo he hecho todo eso, y soy por tanto, un buen imbecil. Pero como todos los imbéciles, puedo aprender de mis errores. Es dificil luchar en contra de la corriente, de los impulsos y del ego. Pero a estas alturas, y viendo lo poco que me ha ayudado ser un egocéntrico ausente, creo que prefiero ser un tolerante activo. De todos modos, seguiré siendo igual de insignificante, igual de humano, igual de imbecil. Pero al menos así a lo mejor encuentro la forma de autodeterminarme y llenar mis vacios interiores. Y algún día recuperar las ganas de ser un humano vulnerable que se divierte respirando y no soñando.
No se trata de prometer lo que no se puede controlar. Se trata de actuar para buscar una suerte de paz espiritual. Despertar un día y sentir que a pesar de vivir en un mundo incomprensible, nosotros seguimos amando la vida y las cosas que son tan insignificantes como nosotros mismos. Y que den igual los galardones y las competiciones fundamentadas en demostrar quien es mejor. Contentarse con iluminar los momentos y progresar por ayudar en la creencia de un mundo mejor, sin pensar en ganar algo a cambio. ¿Individualmente? No conseguiremos mucho. Pero siempre será infinitamente mejor que fomentar conflictos por ver quien lleva la razón. Porque al final nada de eso es relevante.
Y vale, es fácil hablar. Es gratuito. Y lo que digo o escribo puede ir y venir. No tengo ninguna verdad secreta en mi posesión. No soy un sabio ni un salvador con fórmulas para salvar a los hombres. Tan solo busco alcanzar el día en el que pueda mirarme al espejo y decir: Esto es lo que queria ver.
Y eso es lo que buscamos todos. Y el gran fallo que nos lo impide es vivir con la ceguera del orgullo, negando la humildad. La humildad del que no renuncia a ser feliz y con ello se preocupa por los demás antes de en sí mismo. ¿Es eso luchar en contra de la naturaleza? Seguramente.
Pero continuamente luchamos en contra de la naturaleza. Se puede luchar contra ella. Que eso te salga bien es otra cosa. Lo que nos define es actuar e intentarlo. Y vivimos hasta la muerte intentándolo.
Eso es lo que me gusta de la gente. Que intentan luchar en contra de lo que son de forma predefinida con tal de buscar ser lo que quieren ser.
No tendré verdades, todos tenemos opiniones que elegimos para acompañarnos en nuestras acciones. Y seleccionamos nuestras opiniones a medida que avanzamos en la vida. No estamos ni mas cerca ni más lejos de descubrir una verdad absoluta. Tan solo se trata de ser como quieres ser, independientemente de como sean los demás. Y dejar que los demás sean como ellos desean.
Sin criticar como si fuéramos jueces perfectos. De forma gratuita, desprestigiante. Eso es muy fácil. Y al final nos deja solos.
Y yo estoy harto de sentir que estoy solo. Precisamente porque no lo estoy.