"De nada sirve el sentimentalismo cuando su objetivo es convertirse en excusa,
en excepción a la regla.
No sirve de nada una disculpa, un arrebato, un saludo esporádico.
De nada sirven los atajos virtuales o los agradecimientos innecesarios.
Porque es el acto de cada día el que nos determina: Quienes somos, qué nos importa.
Lo demás es engañar; a nosotros mismos y al resto.
Pero en cambio lo repetimos sin cesar, buscar una palabra golosa, un chiste puntual, una gracia personal...
Todo para llenar ese vacío de soledad psico-emocional.
Y hablo de psico-emocional para describir una ilusión, que nos imponemos nosotros mismos sobre lo que se supone que debe ser importante.
Y creemos que una sola palabra nos hace maduros, hace borrón y cuenta nueva, nos ofrece redención.
Una palabra que soltamos en forma de tinta negra o azul, que se imprime con facilidad pasmosa/espantosa al pulsar varias teclas del ordenador...A la que se le puede atribuir un estado emocional, o no.
Concreciones efímeras, puntuales, facilmente evanescentes. Y es nuestra rutina y costumbre.
No sería tan grave si luego no le otorgáramos tanta prioridad o un sentido mayor del que realmente merece.
Llantos, enfados, rabietas, o incluso la violencia aflora cuando se pronuncian ciertas palabras, cuando se retuercen hasta convertirlas en insinuaciones, ironías, dobles sentidos, promesas, o incluso llegar a atribuirles esfuerzo.
Mentirse a la cara, una perversión generalizada. Y hasta llegamos a creernos nuestras propias mentiras. Un rato.
Pero nunca nos definirán nuestras palabras. Puede que sí ante los espejos rotos de la esfera pública, pero no ante la silenciosa e implacable verdad. Es el acto, el gesto, el detalle, la costumbre, el momento en el que nos encontramos solos con nosotros mismos -todo eso nos define.
Y no los amigos, los insultos, las alabanzas o las medallas. Una persona se caracteriza por su determinación ante la vida, lo que le sale del alma, lo que se calla o retiene. Más que por lo que se cuenta o se pretende contar.
Y recoger una lata del suelo y tirarla a la papelera más cercana, hacerlo sólo una vez, no nos convierte en buenos ciudadanos. El problema es que en cambio nos lo creemos, y hasta aquí queda la cosa.
De nada sirve lo que haces de vez en cuando a la hora de echarte flores. O echar algo en cara a alguien. O para justificar el no volver a hacerlo. No hagas algo como fin, como resguardo, como excusa, como obligación, como acto de cortesía, como acto por compasión o por presión social. Haz algo porque quieres hacerlo, porque no esperas nada a cambio salvo demostrar lo que eres y lo que quieres ser.
De nada sirve la manipulación simbólica, y en cambio nos creemos el concepto "libertad", "igualdad" o "unidad" cuando son términos creados por el hombre para darles a las masas lo que quieren oir: para atenuar sus miedos, para ofrecerles vías alternativas por las que vivir basadas en el autoengaño y en la evasión.
Frágiles como somos, imperfectos como somos, no podemos ser buenas personas al completo.
No es tan grave reconocer que hemos actuado mal como negar la evidencia..."
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