martes, 13 de diciembre de 2011

Lo que hacemos con nuestras vidas

Un día me dije que me gustaba eso de escribir. No encuentro realmente la razón que me impulsó a elaborar historias en mi cabeza, a pensar en personajes, a ponerles cara y a crear situaciones entre ellos.

Sí, era un niño flipadillo de pelo cobrizo que se divertía creando castillos con cajas de plástico y jugando a que los playmobil del medievo se enfrentaban a figuras caricaturescas de los jugadores del sevilla de la época, convertidos en seguratas de un cuartel inspirado en alguna película o videojuego. Fantasía hasta el límite. Y mi madre se echaba las manos a la cabeza cuando entraba en el salón y veía como lo había convertido en un campo de batalla con varios castillos y fortalezas sobre las mesas, el sofá o hasta el televisor.

Más tarde cambié los muñecos por la mente, sin limitación alguna, dejando fluir las ideas. Todo estaba permitido.

Sigue gustándome eso de escribir. Ese significado intrínseco arrancado del alma. Los sentimientos cristalizados de una persona que vive en un contexto determinado. Los pensamientos existenciales e irracionales de los que aparecen un día en el mundo, confusos y obligados a aceptar la realidad que nos imponen a través de los sentidos...

Pero ahora me gustaría pararme a reflexionar y a pensar en lo que hacemos con nuestras vidas. Los caminos que tomamos, lo que aprendemos y la gente con la que lo hacemos.

Me preocupa mucho el futuro y quiero que deje de preocuparme lo que piensen los demás. Abandonar a ese crio escurridizo, al adolescente pasota, evolucionar al adulto responsable. Ese que ya ha comprendido que no se puede ir por la vida clavando puñales y vistiendo falsas sonrisas, asegurando dogmas o prometíendose cosas para envalentonarse si luego no cumple con su propio criterio.

Lo que importa es el equilibrio, ese concepto sublime en el que se alcanza una verdadera justicia, sin negros enjuiciamientos cargados de rencor y resentimiento personal ni frías y vacias sentencias de rigurosa potestad, imposición dictatorial y falta de flexibilidad.

Y uno se pone a hacer recuento general, de lo que pasa alrededor, entre la gente cercana, entre amigos y compañeros, entre parejas y personas confrontadas, para luego sacar una síntesis de polvo y humareda. Lo que yo pueda escribir acabo tomándomelo como una especie de poesia experimental, una época, un pronto, una etapa. No tiene mayor importancia, salvo ese peculiar valor sentimental, como el que se otorga a una reliquia que un día encuentra apartada en el desván, todo te viene de golpe, y te ries y te deprimes y recuerdas.

Al final lo unico que queda es el recuerdo, el buen recuerdo. Las cosas empiezan y acaban, es la dualidad de todo ente, de toda premisa, de todo símbolo, de todo sistema. Es el mismo límite de ese único concepto que se puede tomar como verdadero, la existencia.

Se dirá mucho o no se dirá nada. Se encasillarán las actitudes o se impondrán los sentimientos. Se acudirá a la libertad o al orden. Palabras, tan intensas y tan etéreas. Marcan y desmarcan. Pueden perseguirte toda la vida. Pero no pueden ayudarte a ser perfecto. Una pena.


Quizá va siendo hora de acabar con ciertas etapas, de renovarse y avanzar. Todo tiene su momento, su razón de ser, su necesidad. Y es posible que este blog ya haya dejado de funcionar de esa forma. Va siendo hora del cierre, del season finale, de la última escena. Y que el peso que lastro con él se libere para dejar paso a nuevos mundos. Y algún día, mi yo del futuro se reencontrará con este yo actual, me pegará dos tortazos y se echará a reir. Y se alegrará de que decidiera escribir todo lo que hay aquí. Porque para él va dedicado todo esto, para él y para todos los que me crean importantes en sus vidas, hoy y mañana.

Plus ultra...

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