5. El misterio
Ruibobille agitaba enérgicamente la cucharilla jugueteando con el café. Los rayos del sol de la tarde se filtraban a través de las cortinas del salón. Su hermano terminaba de pasar unos apuntes de la universidad, silbando alegremente. Alexander se levantó con la taza en la mano y pulsó el timbre para llamar a Rufus.
- ¿Desea algo señor? - preguntó cordialmente Rufus con la mejor de sus sonrisas.
- Dile a Rosaline que venga, por favor. - dijo Alexander tras darle un ligero sorbo al café.
- ¿Ya vas a echarle la bronca a la pobre, hermano? Cada día te pareces más a nuestro padre. - añadió Xabier riendo y sin despegar la mirada del papel.
- Tengo treinta y cinco años. ¿Ya me tildas de viejo, Xabier? - Se acercó al joven y le revolvió el pelo. - No voy a echarle la bronca.
Rosaline apareció poco después en la puerta, las manos juntas y mirando con ojos de cordero degollado a Ruibobille.
- Rosaline, estoy pensando en subirte el sueldo. Creo que ultimamente estás sometida a demasiada presión, esta casa es muy grande y te exijo demasiado. Creo que puede que contrate a alguien más. ¿Estas de acuerdo? - Alexander miró de reojo a su hermano en tono de reproche por emitir juicios rápidamente.
Rosaline sonrió timidamente y asintió. - Gracias, señor. Pero no se preocupe, el trabajo es duro pero no me quejo. Tan sólo...
- ¿Si? No tengas reparos en pedirme lo que quieras...
- Me gustaría disponer de algo de tiempo libre, ya sabe...para mis cosas...salir a veces y eso...
- Claro, claro. No tengo inconvenientes, Rosaline.
Rosaline hizo una reverencia, ruiseña y se despidió para seguir con su trabajo. Alexander sonrió y se dejó caer en la butaca más cercana a la chimenea del salón.
- Creo que a veces necesitas lucirte para sentirte mejor, ¿o me equivoco? - dijo Xabier tras terminar con sus apuntes.
- Todos necesitamos buscar maneras para sentirnos mejor. Yo supongo que ya lo hago por instinto más que por lucirme...La chica se lo merece y dudo que perjudique a su forma de trabajar, en todo caso ahora estará mejor.
- Una pena que esté pillada, no me habría importado tirarle los tejos. - soltó Xabier acompañado de una risotada.
- ¿Tu tambien lo crees? Recuérdame que te impida hablar más con Janson, es una mala influencia... - bromeó Alexander mientras azuzaba el fuego. - Maldito sea todo el frío que hace ultimamente...
- ¿No vas a dar ninguna de tus fiestas pronto? Ya hace bastante de la última. Vas a amargarte de tanta soledad aqui encerrado. - criticó Xabier levantándose a por algo de café.
- Tengo algunas cosas de las que preocuparme por ahora...de todos modos no tengo ánimos para algo así...
- Ya te lo decía, eres un viejo con apariencia de treintañero. Y encima fastidiaste tu relación con aquella mujer... ¿como se llamaba?
- No importa. Simplemente se acabó. Hay muchas cosas de mi vida que no entiendes Xabier, y creeme, mientras menos te entrometas mejor. Yo sé lo que hago. - el semblante de Alexander se oscureció y miró directamente a los ojos a su hermano, señalándolo con tono paternal. - Dedícate a disfrutar de tu vida y asegúrate de no hacer nada de lo que luego puedas arrepentirte. No te busques complicaciones y disfruta...Hazme caso, las personas no nacemos para cambiar el mundo ni para ser austeros ni filántropos...Todo eso son patrañas necias...
- ¿A que viene el discurso, hermano? Siempre te dedicas a dar consejos y nunca me cuentas nada...Vas de solitario y nunca te paras a darte cuenta de lo que te rodea. Con todas las amistades que tienes, y el poco caso que le echas a todo...
- Recuerda lo que te digo, y punto...
Rufus apareció en la puerta del salón y anunció que la baronesa Lecumlora y el profesor Lewis Janson habían llegado. Ruibobille le indicó a Piñavera que los hiciera esperar en la sala de billar un momento.
- Anda, parece que no te aislas tanto como pensaba. Si es que soy un bocazas...Yo ya me voy, no te preocupes. Por cierto, ¿que te traes tú con Lucynella ultimamente, que aparece tanto por aquí? - dijo Xabier burlándose mientras recogía sus cosas.
- No seas impertinente. ¿Acaso no estás tú todo el tiempo de juerga con sus hermanos? Te recuerdo que está casada.
- Ya, ya. Cómo si eso fuera una cuestión de peso, ¿verdad, hermano?
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Xabier Ruibobille permaneció en silencio mientras se llevaban el cuerpo de su hermano a la bodega de la mansión. Pereiro se había formado un cuadro mental de la escena del crimen, y ahora sólo estaban él y el joven Ruibobille en el agobiante despacho.
- Esto es indignante... - escupió Xabier con rabia. - ¿Quíen ha hecho esto, Pereiro?
- Aún no lo sabemos...Por eso estoy aquí, Xabier. Y no te preocupes, encontraremos a quien mató a tu hermano. - Pereiro recorria toda la habitación con la mirada como si buscara algo.
- No me hagas reir...Por lo que a mi respecta pudo ser cualquiera, ¡o todos los que están aqui! Es imposible saber lo que se traia mi hermano...Siempre con sus secretos y todo ese condenado misterio...Hasta el final... - Xabier le pegó una patada al escritorio y se acercó al ventanal. La noche no permitía ver apenas nada salvo algunas nubes alejándose.
- Tranquilízate. Tu hermano tenía sus cosas, pero no era de los que se metían en berenjenales...Alguna explicación habrá...
Pereiro se acercó a la biblioteca personal de Ruibobille y se fijó en un libro que estaba fuera de su sitio. Leyó el título: "El origen de las especies" y se quedó pensativo. Aquello le sonaba de algo. Charles Darwin...No sabía que Ruibobille se interesara por un tema así. Siempre parecía más interesado en la economía o en la literatura...Buscó alguno de los mensajes anónimos de los que mencionó Spinello, pero no vio ninguno.
- ¿Sabes cúal es la combinación de la caja fuerte? - le preguntó mientras observaba la caja, situada bajo el cajón derecho del escritorio de Ruibobille. No era demasiado grande, lo que refutaba lo dicho por Rufus de que seguramente la utilizaba para guardar documentos.
- ¿Como iba a saberlo? Ni siquiera tengo mi propia llave de esta mansión.
- Puede que guardara aqui su testamento. Vale que tu hermano era joven...y nadie podía prever esto...pero los magnates siempre se han caracterizado por ser paranoicos con estas cosas...
- En eso no pierdes razón. A paranoico no le ganaba nadie...Bien, ¿cual es tu próxima jugada?
- Hmmm...Me gustaría interrogar a los invitados, uno por uno, para ver que puedo sonsacarles. Pensaba también hacerte algunas preguntas, pero ya supongo que estás igual de perdido que yo en este asunto.
- Me gustaría ayudar, si no te importa. - dijo Ruibobille con un hilo de voz.
- ¿Seguro? Entiende que no puedo permitir que tengas ningún arrebato de ira con nadie. Tenemos que mantener las apariencias, si no jugamos correctamente con las piezas el puzzle puede romperse...
- No me vengas ahora con tu jerga de detective. Reconozco que tienes labia, será porque eres cubano, pero se te va la olla demasiado, Pereiro.
Sin hacer mucho caso a lo que el joven arrogante decia, Pereiro solo parecía ofendido cuando oyó el término cubano. - Portugués, Xabier...soy portugués...
- Vale, vale...prometo no fastidiarte la investigación...Pero tengo que encontrar al que hizo esto.
- Aclárame una cosa. ¿Por qué has venido esta noche?
- Yo...Encontré una carta en el piso de mi hermano en Londres. En ella le amenazaban. La traigo conmigo. Quería explicaciones, de una vez...
- ¿Puedes dejarme verla?
Ruibobille le dejó la carta, arrugada, seguramente aplastada por la furia de Xabier al leerla. Pereiro se sentó en el asiento de Alexander y leyó detenidamente la carta varias veces:
" Espero que te gustara el libro, Alexander. Por supuesto ya sé que te lo conoces al dedillo, pero no disponías de tu ejemplar propio. ¿Pensabas que ibas a escapar, verdad? ¿Pensabas que nadie descubriria lo que escondías?
Cuando se juega con fuego es fácil quemarse. Suena a tópico, pero tú te estarás quemando igualmente, y la sensación no es agradable, ¿cierto? Todos acabamos siendo castigados por nuestros pecados, tú, tan poderoso e influyente, ¡no vas a ser diferente!
Acabaré contigo Alexander...No te vas a librar..."
Pereiro acabó y volvió a fijarse en el libro. Recordó vagamente una conversación que tuvo una vez con Alexander...¿Podría tener algo que ver realmente? No podía ser...
La carta desde luego podía señalar un intento de asesinato, e incluso que Alexander pensara que quisieran matarle. ¿Puede ser que el resto de las amenazas no fueran tan directas o sentenciosas? Tendría que leerlas. Esperaba que Rufus pudiera decirle algo con respecto a la caja fuerte.
- Cuando la leí pensé que era una broma de mal gusto. Uno no se imagina que estas cosas le ocurran a alguíen cercano...Pero tenía que hablar con Alexander de todos modos...
- De acuerdo Xabier. Bueno, mejor que bajemos...
Al salir al pasillo Pereiro creyó ver a alguien asomado al final del corredor, desapareciendo tan pronto como fijó su mirada en la intersección de pasillos. Un ruido de fondo les llamó la atención de repente, y a medida que se acercaban al vestíbulo comenzaron a oir unas voces que armaban jaleo. Al llegar a la escalera, Pereiro vio a Mannel Bifouf discutiendo escandalósamente con Piñavera. Bifouf era un francés de piel tostada, un gigante con el que era mejor no meterse. Su voz era atronadora, para Bifouf era imposible mantenerse en silencio.
- ¡Joao, bastardo! ¡Donde te metes! - Bifouf gritó al ver a su compañero, y en ningún momento pareció que hiciera preguntas. - ¡Este soplagaitas no hace más que decirme que no se admiten perros! ¡A mi me lo dice! ¡Al increible Bifouf! ¡Y como vas a tildar de perro a este bellezón!
Pereiro en el fondo se lo olia venir. Bifouf siempre aparecía acompañado de su sharpei, una perra tratada como una reina, que llevaba siempre Mannel sobre un cojín aterciopelado, siempre perfumada y con un enorme lazo azul a forma de collar.
Resuelto el pequeño percance, Pereiro, Bifouf, Pepelieu y Ruibobille fueron hasta el salón. Xabier se presentó con un ademán frío ante los invitados y con mirada amenazadora. Habían pasado de ser visitas cordiales a sospechosos encerrados en aquella mansión. Pereiro les informó de su intención de interrogarles. Lecumlora, Garcis y Kant no protestaron, todo lo contrario. Pero Janson, Mclovin y Aidha consideraron un insulto que los retuvieran allí. Los investigadores se retiraron a la salla de billar, donde Pereiro los interrogaría uno a uno, a medida que Rufus los fuera llamando. Antes de salir, Pereiro le pidió a Rufus que se asegurara de que nadie saliera de allí en ningún momento y que cerrara la puerta este.
Daniels y Janson parecían impacientes. La mirada de Lewis coincidió momentáneamente con la de Rosaline, que se encontraba en el otro lado de la sala, y el profesor levantó su copa en tono de brindis mientras sonreia. Daniels se levantó mirando de reojo a Janson y luego momentáneamente a Rosaline. Luego se dirigió al mueble bar a por otro whisky.
- Quien iba a decirme que todo esto acabaría asi. - dijo Garcis para romper el silencio. Notó ausentes a Lecumlora y a Kant, pero no pareció importarle, más bien pretendía hacerles decir algo.
- No puedo creérmelo...Asesinado en su propia casa...delante de todo el mundo. - acertó a decir Lucynella mirando al suelo. - No es justo...
- ¿Y desde cuando la vida es justa? Todos creíamos conocer a Ruibobille, y ocurre esto...Sólo esperemos que encuentren al culpable. - arrojó Janson apurando su copa.
- Deberías dejar de beber, Janson...De hecho todos deberíamos dejar de beber. - dijo Garcis antes de volver al silencio.
En el otro lado de la sala, Aidha y Martha indagaban a su manera conversando con Martina. Lockslo discutía con Spinello y preguntaba continuamente por De la Rouge.
- ¡Tienes que saber algo! ¿Viviendo aqui las 24 horas y ni siquiera sospechabas que querían matar a tu jefe? ¿Pero que clase de cotilla eres? - decía Aidha con aire de superioridad. No soportaba que el pelmazo de Pereiro hubiera monopolizado la investigación y estaba decidida a resolver aquello por su cuenta y demostrar el poco juicio del portugués.
Martina se defendía cómo podía, con su tono rumano, y antes que nada, con la intención de no permitir que ofendieran a su "virtud" para cotillear.
- ¡Sabia lo que tenía que saber! Ya os he contado lo de los anónimos, las donaciones del señor, y los extraños visitantes que aparecían mucho hace unos meses. ¡Para alguíen como yo ya es mucho! - Martina disfrutaba codeándose con esas señoras de alta alcurnia como si fuera una más.
- Yo lo habría hecho mucho mejor querida. Y de poco te sirve ser mujer si no utilizas tus armas... - protestó Martha Mclovin mientras se abanicaba. - Si lo hubieses hecho mejor puede que Alexander siguiera vivo...
- ¡Por ello debemos encontrar al que lo hizo! Pereiro no hace más que divagar, seguro que fuma las hierbas esas que siempre se trae Garcis...¿Cómo si no iba a parecer siempre que está tan perdido?
- ¿Y si ha sido Garcis? Esas malditas hierbas suyas, y con lo raro que es...¡Seguro que lo ha envenenado! - sentenció Martha Mclovin con seguridad.
- ¿Es que ninguna tiene en cuenta a Rufus? Puede parecer muy cortés y correcto, pero siempre es silencioso, aparece muy rápido y apenas guarda cosas de interés en su habitación...¡Es como si no hubiera tenido una vida a sus espaldas!
- Es un mayordomo, todos los mayordomos son así - soltó Martha cómo si no tuviera importancia.
- ¿Cómo que no tiene cosas de interés en su habitación? ¿Le has estado revolviendo las cosas? - dijo sorprendida Rosaline, que escuchaba de cerca.
- Y de que te sorprendes, lista...¿O quieres que te recuerde cuando Rufus te pilló mirando las cosas de Ruibobille? - contraatacó Martina con mirada maliciosa.
- Eso...eso es diferente... - dijo en voz baja, enfadada y apretándose el delantal.
- Deberías participar con nosotras, querida. Así llegaremos antes al fondo del asunto. - le dijo Aidha a Rosaline.
- No, gracias...Me poneís enferma. - Rosaline se levantó y se alejó hasta el mueble bar. Miró las botellas en busca de algo fuerte y Daniels apareció a su lado ofreciéndole una copa.
- Uy...Vaya cómo se ha puesto. ¿Qué mosca le ha picado? - dijo Aidha ofendida
- Esta siempre es igual, aunque de que te extrañas con esos rumores que se cuentan. - contestó Martha mirando a Martina.
- Ya sabes, Aidha. Siempre hemos sospechado que Rosaline tenía algo con el doctor Daniels, y aunque parecen esforzarse por ocultarlo, se les nota un montón...- aseguraba Martina.
- Me cuesta creer que un hombre tan serio como Daniels se deje engatusar sólo por una cara bonita. No sé, siempre lo he visto como alguien con más...clase...de los que se casan con chicas con influencia. - respondió Aidha pensativa.
- ¿Alguien como Lecumlora o Noelesia? Seguiria sin verlo. - rió Martha
- ¡Dejad de cotorrear ya! Con el cadaver de Ruibobille aún caliente y vosotras a lo vuestro... - gritó Lockslo.
Kant escuchó el grito y se enderezó en su asiento. Miró a Garcis y luego a Daniels que charlaba con Rosaline. Buscó inmediatamente la mirada de Janson y lo descubrió mirando a la pareja. Se metió la mano en el bolsillo y recordó que le había dejado su libreta. Preocupado de repente, no tardó en preguntarle a Janson por ella.
- Se la dejé a Pereiro. ¿No te importa, no?
Kant le sonrió dándole a entender que no había ningún problema. El gato de Garcis ronroneaba a su pies. Mclovin se acercó y le pidió hablar un momento. Se acercaron a la chimenea con Spinello.
- Kant, necesitamos tu libreta. Creemos que hemos dado con algo, y puede que lo hayas apuntado. Ya sabes, como tu lo apuntas todo. - dijo Spinello.
- ¿Y de que se trata? - anunció Kant interesado.
- Es por algo que hablé con Ruibobille. Verás...Lockslo y yo recordamos una vez que Ruibobille se puso hecho una furia, ¿lo recuerdas?
- Ah, si...Fue hace tres fiestas creo. Pero no me acuerdo de lo que ocurrió.
- Nosotros tampoco. Por eso queríamos asegurarnos de que lo tenías apuntado. ¿puedes dejárnosla?
- Lo haría encantado, pero la tiene Pereiro. - dijo Kant como si apenas le diera importancia.
- ¿Qué? ¿Y porqué se la dejas a él? - Lockslo parecía más molesto que el propio Kant por aquello.
- ¿Algún problema con ello, Lockslo? - le dijo Kant algo ofendido por su tono.
- Haznos caso, Kant. Es mejor que la recuperemos... - contestó Spinello por él.
- ¿Y eso por qué? Si puede ayudar en la investigación mejor, ¿no? Si me disculpan...
Lockslo y Spinello se miraron sin mediar palabra. Rufus apareció en la puerta y se acercó a Lecumlora para pedirle que lo acompañara. Kant le dijo que también queria ir, si no existía inconveniente. El gato de Garcis se acurrucó junto a la chimenea, observando toda la sala en silencio...
Esto está tomando tintes interesantes. Qué pulcritud, señor Ruibobille ya fallecido.
ResponderEliminarComo siempre, "esquiso".