martes, 14 de junio de 2011

Economía sumergida (1)

Miguel solía beber vodka, no por gusto, más bien por costumbre. Y así funcionaba con casi todo, por costumbre. Él creía que su debilidad era aceptar toda apuesta...aunque en realidad tenía muchas más, y no era esa la prioritaria.

Me gustaba echar el rato con Miguel de vez en cuando. Es una de esas personas con las que nunca te aburres. Mil historias que contar, mil ideas brillantes que proponer. Algunas además de brillantes eran infames. Y eso, unido a su facilidad de enfrentar apuestas, y su dudoso sentido del honor, que lo arroja a cumplirlas, nos llevó a pasarnos de la ralla...

No estoy justificando a Miguel, menos aún preparando alguna especie de excusa. Aún menos excusa tengo yo mismo. Sabíamos lo que hacíamos, aceptamos los riesgos. Puede que una pizca de orgullo juvenil también acentuara nuestra locura.

Y aquí estamos, en el garito de siempre, sin ser los de siempre. La tesitura había tomado un curso ni por asomo previsto en mis humildes proyectos de carrera. Pasé de ser un pringado más de camino al oscuro e incierto futuro laboral (más bien al paro) a representar un meloso papel en un juego estúpido sin garantías de éxito. Puede que el miedo a la crisis me llevara a aceptar el proyecto de Miguel, la maldita incertidumbre por un futuro que ni siquiera creía mío...Qué demonios, en el fondo seguimos siendo niños con 23 años de edad.

- ¿En que piensas, oh Gabriel? - Miguel anunció su llegada a nuestro rincón dando la nota, para variar, en parte por ser su habitual forma de ser, en parte para destacar delante de su nueva amiga, a la que había invitado a salir esa noche a última hora. Algo que no me habría molestado si me hubiese avisado. Así llamaría a mi novia y no actuaría de toca-violines.

- Deja de llamarme así, imbecil. - Él sabía que estaba un poco mosqueado, pero le reí la gracia casi sin poder evitarlo. Se portó bien y me invitó a un trago, que trajo de la barra mientras yo esperaba en el sofá de cuero rojo para evitar que nos quitaran el sitio. Lo hacía para compensar que nuestra reunión de dos pasara a ser de tres, y para preparar un poco el terreno con la chica mientras esperaba que les sirvieran las copas. Tonto no era. Miguel tenía el don del ajedrecista, analizaba las situaciones y buscaba múltiples beneficios en una misma jugada. Siempre, a veces diria que lo hacía sin darse cuenta. Un maldito bastardo...

- ¿No es ese tu nombre? - preguntó aquella incómoda invitada con cierta timidez, en parte con la intención de romper un poco el hielo conmigo. Cambié el gesto casi de pronto, tampoco quería convertirme en el malo de la peli. Miguel me debería una, y lo cumpliria. Por eso somos amigos. Pasé en cuestión de segundos al estado de amigo encantador.

- Me llamo Ángel... - dije manteniendo aún las distancias. No sabía tampoco como comportarme con ella, Miguel no me había dejado claras sus intenciones con la chica. De todos modos tenía que reconocer que era de bastante nivel para él: Muy guapa, una cascada de pelo dorado, ojos azul oscuro, rostro redondeado de porcelana, modosita vistiendo pero atractiva... Miguel tiene carisma, con eso se lleva muchos amigos pero pocas nueces. Pero también era un caradura. Y con eso si que se llevaba a algunas mujeres a la cama de vez en cuando. Solía explicarlo con sorna y una absurda teoría que tildaba de científica: "Define tus puntos fuertes y concéntrate en ellos. Y si no tienes te los inventas. Con el tiempo eso se convertiría en tu punto fuerte."

- Ah, ya veo. - dijo la chica sonriendo ampliamente. Más guapa me pareció entonces. Miguel sonreía triunfante. Parecía tener bastante asegurada su conquista.

- A todo esto, no os he presentado formalmente. Gabriel, ella es Aurora. - Me levanté para darle dos besos y volví a mi sitio. Estaba sentado solo en el cómodo sofá de dos plazas, Miguel estaba en el de enfrente y Aurora sentada en una butaca entre ambos. En el centro estaba la pequeña mesa redonda negra dónde tantas veces se habían apoyado copas y papeles para apuntar ideas. Como era miércoles, el bar estaba tranquilo.

- Bueno, ¿y como has tenido la mala suerte de conocer a mi querido amigo Miguel? -Aurora se echó a reir, mirando de reojo, y notoriamente sonrojada, a Miguel.

- Vino a una fiesta que hicimos en mi piso, nos presentó mi compañera, que es amiga de ambos. Me dijo que le gustaban los juegos de cartas y echamos algunas rondas al poquér. Me hizo apostar que saldría con él si perdía.

- Vaya cosa... - Miré a mi amigo con clara expresión de estar pensando, "menudo cabron".

- No pienses mal...Perdió él. - Aurora volvió a reir con buen humor, que encima era contagioso.

- Cuando se acabó la fiesta, se acercó y me dio su número. ¿Te lo puedes creer? - alardeó Miguel haciéndose el sorprendido.


La velada se alargó mas de la cuenta. Aurora resultó ser, además de hermosa, ingeniosa y magnética. Aquello unido a las ocurrencias de Miguel y a mi virtud (mas estimada de lo que yo pensaba) de escuchar y aportar un poco de sentido común con simpatía, desembocó en una conversación eterna que casi nos obligó a cerrar el bar. Me gustó aquella chica. Menos mal que estaba felizmente ennoviado con un tesoro como Nerea...que si no me veía a espadazo limpio compitiendo por ella.

Miguel y yo nos despedimos de Aurora cerca del portal de su piso, a escasos metros de nuestro bar, por afortunada casualidad. Saltaron chispas entre ellos al decirse adios, eso estaba muy claro desde fuera. Pero acababan de conocerse, y por mucha fachada que aparentara mi amigo, yo sabía que en el fondo era un blando enamoradizo al que le temblaban las manos delante de una chica que le gustara si no se las agarraba. No necesitaba que me lo dijera, Miguel se había quedado pillado por aquella tía. Y como para no hacerlo.

El largo camino a casa, pasando por el querido metro, fue silencioso. Estábamos algo cansados, yo hasta ronco de tanto reir. La complicidad que a veces compartíamos nos hacía aún más íntimos, fuera de toda coña. Podíamos estar en silencio, aún asi sabíamos que pensaba el otro a grandes rasgos.

Al bajarse en su parada, Miguel sonrió y bostezó con forzado cansancio. Le di una fuerte palmada en la espalda y se despidió con un "ya hablaremos" y una cara maliciosa.

En el resto del trayecto, pensé en el día que conocí a Nerea. También pensé en el día que conocí a Miguel...

Puede que parezcamos tipos normales, que compartimos cierta amistad y algunas confidencias. Pero Miguel y yo hace poco iniciamos cierto proyecto...un tanto ilegal. Muchas ideas puedes surgir como estupideces que se sueltan en momentos puntuales y que luego, por diferentes motivos, pueden comenzar a sonar coherentes...

Podría decir que fue así como surgió nuestro negocio sumergido. Acabábamos de dejar la facultad, pero seguíamos visitándola asiduamente. ¿El negocio? Puede parecer una tontería, pero no nos iba mal. La verdad es que nos lo habíamos montado de escándalo. Nos ganamos en menos de un mes unos 3000 euros netos haciendo exámenes por otros, y cobrando por ello. Si, puede que haya sido un pequeño desliz no comentarlo antes...Somos unos putos cracks del estudio. Y como decía Miguel, hay que aprovechar los puntos fuertes...Parece una tonteria, de esas que al contarlas nadie se creería. O que si alguien la cuenta suena a típica leyenda urbana...A nosotros eso nos interesaba, desde luego...

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