viernes, 15 de julio de 2011

Economía sumergida (2)

El ocaso se dibujaba de forma terrible bajo mi cansada mirada. Allí estaba tumbado al lado de mi árbol favorito del parque, tranquilo, en paz.

Ya hacía tiempo que había terminado la carrera y aún no sabía que iba a hacer con mi vida. Por suerte ella había llegado a mi mundo como una luz salvadora, una bondad tremenda que el universo me regalaba. Ahora tenía que ofrecer algo a cambio.

Pero mientras mi cabeza daba vueltas pensando en que clase de trabajo me saldría rentable, el negocio que mantenía entre manos con Ángel no iba del todo mal.

Una suerte de chiste que bien planteado nos estaba aportando curiosos beneficios. Contacto de la facultad con malas notas, contrato de cortesía con efectos legales, artimaña y cambiazo, matricula asegurada. Y unos 200 euros que nos embolsábamos por examen.

Y no era difícil. Nos dejaban el DNI y nos presentábamos con toda la cara del mundo. En la mayoría de los casos no era ni necesario. Póniamos el nombre del cliente y a improvisar un examen magistral basándonos en ciertos esquemas mentales que aseguraban la excelencia en la calificación. Por supuesto no podíamos presentarnos en nombre de una estudiante...aunque, podría hasta funcionar con un poco de discreción...

En definitiva, nos iba de perlas. Tan bien se nos daba eso de estudiar que ambos habíamos sacado juntos más matrículas que ocho o nueve empollones seguidos. Y ni ellos sacaban matrículas en todo.

En tres meses nos sacamos 4500 euros netos entre los dos. Ahorros que intentaríamos aprovechar en un futuro. Ángel además trabajaba como camarero y en la empresa de su padre. El proyecto conmigo para él era más un hobby que otra cosa, un reto o un pulso que se echaba contra el imperfecto sistema de la facultad.

Yo había llegado a tomármelo bastante más en serio. Aún cuando sabía que no debía hacerlo...

Nadie sabía que hacíamos aquello. Ni la familia, ni los amigos íntimos, ni siquiera se lo conté a Aurora, y ya llevábamos un mes juntos.

Como la adoro...Al principio pensé que Ángel me la levantaría como tantas otras atrás, siendo él el guaperas de los dos, el "tio bueno", era lo normal y lo previsible. Yo siempre he sido el gracioso, "el mono", el bohemio y místico.

Pero con Aurora era diferente. Una sola mirada suya me hacía arder. Me hacía fuerte con su sola presencia. Imponía su luz sobre todas las cosas y ya no podía apartar mis ojos de ella.

Creo que ahora realmente es cuando me estoy enamorando de ella. Y eso da miedo, miedo que te cagas...Para empezar, ni estoy acostumbrado.

En el fondo estoy muy a gusto con ella, me dejo llevar, ella se deja llevar...Pero es pensar en meter la pata, y me entran escalofrios.

Sobre todo ahora que está comenzando a mostrar un mayor interés sexual. Recuerdo la conversación que tuve ayer precisamente con Ángel del tema.

- ¿Cual es el problema? - decía Ángel divertido

- El problema es que no puedo estar más oxidado...

- No me seas, Mike. Vale que tu última vez fue...

- Hace un año...

- ¿HACE UN AÑO? Bueno, en fin, tampoco es tanto. Y esto es casi como conducir, no se olvida.

- Esto es diferente, tío. Con ella todo es diferente.

- Ya, eso suele decirse cuando estás amamonado. Lo mejor es no darle demasiadas vueltas. Qué quiera estar contigo ya es un milagro...

- Gracias, imbecil.

Y a reir como dos niñatos...

En el fondo me lo pasaba bien con Ángel, a pesar de lo diferentes que éramos. A mi me gustaba contemplar la puesta de sol en solitario, perdido en mis pensamientos. Él escuchaba a Mozart en el salón de su casa tumbado en el sofá con unos enormes cascos, aislado del mundo a nivel cuasi místico, sin pensar en nada.

Se dejaba llevar con todo en la vida, yo me retenía todo lo posible para evitar un traspíes. Miedo al fracaso, algo natural, pensaba yo.

Miedo a mi propia luz, a mis propios sentimientos. Y yo que me creía maduro, y sigo siendo un enano.

Menos mal que de cara al público, y a la familia, sigo siendo un veinteañero bohemio maduro y con las ideas claras...


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